lunes, 15 de febrero de 2016

La canción de la geisha

Una geisha descansa su bello cuerpo desnudo sobre el futón de camelias rojas. Su pelo de ébano cae sobre su rostro como las ramas de un melancólico sauce. Sus pequeñas manos sostienen una carta.

En esta carta, los espacios en blanco han sido sustituidos por líneas horizontales y paralelas, y las letras han sido reemplazadas por diversas notas. Por primera vez los silencios suenan más que nunca.

Recuerda en aquella canción al hombre que tocaba la biwa la noche anterior en la calle.

La suave luvia le acompañaba produciendo ritmos que hacían aún más hermosa su música.

Por un momento ambos cruzaron miradas.

El músico entonces entonó una tierna melodía que voló cual pajarillo hasta el corazón de la geisha y allí decidió posar sus pequeñas garras de plata.

Aquel hombre le había robado su libertad, aquel hombre le había robado su corazón.

Mas ahora él ya no estaba a su lado en el lecho.

Aquel hombre se ha ido y ella no sabe si volverá.

Recuerda aquella antigua leyenda, aquel gastado cuento sobre el destino de los enamorados atado por un brillante hilo rojo y piensa:

"Nuestros hilos se han encontrado y el mío se ha enredado en el tuyo de una manera que es difícil de imaginar.
Tu hilo es recto y sigue su camino, mas el mío da millones de vueltas alrededor del tuyo y crea nudos y nudos que no puedo desenmarañar.
Un gato confundiría mi amor con un ovillo con el que jugar.
Mi hilo rojo se ha estancado, no puede avanzar, no quiere avanzar, le da miedo continuar su camino y descubrir que su destino no está ligado al tuyo.

No, me niego a aceptar un futuro sin tus dulces melodías."

La geisha llora y corre al bosque, hacia la tumba de su madre. Se arrodilla sobre ella e implora.

"Madre, se lo ruego, présteme sus tijeras, quiero desafiar a los dioses y cortar mi destino antes de que mi hilo rojo se desenrede y encuentre un final que no quiero. Oh, madre, no sea egoísta y deme sus tijeras. Si usted pudo cortar su destino, ¿por qué yo no?"