jueves, 2 de noviembre de 2017

Rescate de Poema (26/09/2014)

Hoy he pisado una flor que crecía entre las grietas del pavimento.
Solitaria, pero con fuerza.
He sentido como le arrebataba el alma a un hada.
Una criatura bella ha muerto,
y con ella mi corazón.

(31/10/2017)


Halloween (31/10/2017)

Cuando la muerte te ha visitado,
y ha arropado a alguien cercano
mientras te miraba a los ojos pidiéndote disculpas,
Halloween pasa a ser nostálgico.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Princesos

No. No puede ser, ¿en serio? ¿De verdad que no hay nada? ¿Cómo es posible que en estos tiempos que corren alguien no tenga actualizado el facebook? No usar facebook es de sosos.

¿Y por qué me importa tanto que no tenga ninguna foto para mostrar en facebook? ¿Por qué me enfado tanto al ver que simple y llanamente tiene una foto de perfil en la que su cara sale desde un ángulo extraño? Para colmo solo a él se le ocurre llevar gafas de Sol... Le reconocí al ver sus ojos, y esperaba volver a verlos.

Es curioso que entre tanta gente le haya reconocido después de pasar más de diez años sin haberle visto ni una sola vez. En serio, el sábado la calle estaba imposible: entre la gente disfrazada, engalanada para el festejo, y el humo que desprendían los puestos de comida no sé cómo le pude llegar a ver. Ah, pero le vi.

Y fue ridículo, porque si no recuerdo mal giré mi cabeza cual búho nocturno cuando pasó a mi lado. Madre mía... menos mal que mis amigos no se dieron cuenta. Aunque... si lo pienso detenidamente, no hubiera habido mucha diferencia si se hubieran percatado de algo. A fin de cuentas no le conocen.
Mira, algo bueno de ser algo más mayor que ellos, que en mis primeros años de instituto ellos aún seguían en el cole preparando la función de Navidad con pastorcitos y un rey Baltasar pintado desigualmente con ceras negras.

Sí... fue hace mucho, en el primer o segundo año de instituto. Cuando tenía 13 años. Dulces e inocentes años, ¡y yo encaprichada de un chico!

Pero cuidado, que no era un chico cualquiera. Era el malote de la clase. Oh, sí. Era de esos que se piraban las clases difíciles, sacaban ceros en los exámenes, se reían de los empollones y lanzaban puyas maliciosas a las pijas.
Y como me gustaba cuando lo hacía...

Malote, sí, pero no de estos que salen en las películas americanas con chupa de cuero, guaperas a morir y con moto. Este muchachillo mío no era lo que se dice muy agraciado. Pero con 14 años, ¿quién lo es? (Sí, sí, me sacaba un año) Tenía un acné bastante severo, usaba gafas y tenía la barba propia de un criajo recién entrado en la pubertad, es decir, cuatro pelos mal puestos en la barbilla y sobre el labio superior. Y lo de la moto ni te cuento, le gustaban a rabiar, sí, pero lo más cerca que estaba de tener una moto era si su primito pequeño le dejaba jugar con la suya de los Playmobil.

Oh, y lo mejor de todo, aquí viene...

Iba en chándal. Todos los días. Hubiera gimnasia o no.

Menudo panorama: Un cani y una emo. Vaya dúo curioso, ¿no?

Oh, pero el sábado ya no estaba para nada así. Pensé que se había puesto guapo y todo.
Y me acordé entonces de cómo lo veía yo a mis 13 años: lo veía alto y delgado, como un palillo, eso sí, con fuerza en brazos y piernas. Las horas de gimnasia las aprovechaba bien, no cabe la menor duda. El rostro de rasgos afilados y los ojos castaños agudos. Y tenía una postura y un lenguaje... que simplemente atraía. No solo a mí, atraía a la clase en general.

El chaval tenía carisma y mandaba en el aula. Solía caer bien a todo el mundo que no fuera empollón o pija, incluso a los profesores. A los enrollados al menos. Y, lo más importante de todo era que... era muy gracioso.
Me hacía reír como nunca, reír de verdad. A veces reír de esta forma coqueta y pequeñita al escuchar sus chistes malos, aquellos que solo me contaba a mí cuando nos sentábamos cerca en clase, y a veces reír a carcajadas cuando hacía bromas o se ponía a hacer el idiota en los descansos de cinco minutos entre clase y clase.

Admito que también había veces en las que me reía por lo tonto que era. En plan de no saber hacer una frase de sintaxis en la pizarra, contestar de forma ingeniosa al profe de turno para escaquearse de aquella situación, mofarse de él incluso y, por fin, verle retirarse hasta su asiento con esa manera tan confiada de andar que tenía.

En fin, que me hacía reír.

Ah, pero no solo eso, otra cosa que me gustaba era que me defendía de la gente que se intentaba meter conmigo. No de esa forma absurda y caballeresca de ponerse delante del agresor y hacerse el macho, no... Sino de una forma sutil, como la de dar una palmada al tipo en cuestión que me empezaba a bacilar, o simplemente mandarle callar, o ponerse a hablar con él y cambiar el tema rápidamente.

Era bueno en lo que hacía, desde luego: No quedaba cursi por defender a una chica, y a la vez me atrapaba cada vez más.

Justo el otro día le decía a un amigo: "Mira, yo es que ya estoy harta de los chicos que van de malotes por la vida. No estoy para esas gilipolleces. ¡Yo quiero un princeso!"

¿Un princeso? ¡JA! Me río yo de ese pensamiento momentáneo. No, en realidad no quiero princesos. Debería salir con un princeso, todas deberíamos, desde luego, uno de estos que te piden salir después de tan solo dedicarle dos palabras, que te escribe cartas de amor, que te canta incluso... Pero entonces... ¿Dónde está la diversión?

Uy, no, he descubierto que aborrezco todo grado de romanticismo precoz. No hay nada más incómodo que te canten. Chicas, tenedlo por seguro, no queréis estar 3 minutos fingiendo una sonrisa de agradecimiento mientras vuestro pretendiente berrea sin parar. Es como... ¡Un cumpleaños! Todos pasamos vergüenza cuando nos cantan la canción de "cumpleaños feliz": todos nos miran, va dedicado para nosotros exclusivamente, la gente desafinan un montón... Vamos, que se pasa fatal, y eso que solo dura como... ¿20 segundos? ¡Imagina 3 minutos enteros!

En fin, que me voy por las ramas...

Que eso, que me atrapó. ¿Y cómo logré atraparlo yo? Bueno, una chica tiene sus tácticas y yo siempre he pecado de ser muy maquiavélica. Pero en aquella época era un maquiavelismo inocente. Eran cosas muy simples como elogiarle en gimnasia, sentarme junto a él en clase de plástica y hablar de las cosas que teníamos en común, que... por aquel momento era básicamente la lucha libre americana. No me juzguéis, ¿a qué niña en pleno despertar sexual no le gustaría ver a tíos semidesnudos bañados en sudor practicando el noble arte de la lucha? Y bueno, dejando entrever que hacía caso de las cosas que decía, riéndome de todas sus gracias...

Muy sutil todo también. Nada como regalarle cositas o cotillear sobre él con todas mis amigas, o escribirle una carta de amor y entregársela cual estúpida colegiala japonesita.

Creo que lo más notorio que hice una vez para demostrarle mi afecto fue ser la única chica que le votó para ser el delegado de clase. Era una votación pública y todo el mundo se enteró, así que fue como proclamarlo a los cuatro vientos de forma discreta. Eso podría ser un oxímoron, ¿no? ¿Se puede proclamar algo a los cuatro vientos y de forma discreta?

Bueno, es igual.

La cuestión es... que llevo pensando en él desde el sábado que le vi y recordando viejas maneras de ser y de sentirme. Lo que era el amor a los 13 años...

En el fondo encapricharme a esas edades tan tempranas es una de las cosas más divertidas que me han sucedido hasta ahora. Porque no es amor realmente, es jugar al amor. Es soñar con el amor, es... ¡fantasear!

Es coquetear torpemente, es planear jugadas para intentar entablar amistad con el chico que te gusta, es ver cómo él pasa de ti, es ver cómo sus amigos se empiezan a dar cuenta de tus intenciones (porque tú quieres que se den cuenta para que se lo digan ellos y evitarte a ti el mal trago de declararte), es ver que él empieza a tener interés por ti, es escribir en un diario hasta la última de las conversaciones que habéis tenido durante el día... ¡Lo es todo y nunca nada malo puede pasar!

Ay, ¡echo de menos ese tipo de amor, por favor! Quién pudiera retroceder en el tiempo...

El amor adolescente es lo mejor. Niños y niñas tecnológicos de hoy, por favor, dejad el móvil un momento e intentad gustarle a una niña o niño de vuestra clase.

No os arrepentiréis.

Bueno, con los años no os arrepentiréis.

martes, 5 de septiembre de 2017

Conjuro

Mujer,

Cuando la Reina nocturna decida exponerse por completo, despójate de todos tus ropajes y camina con los pies desnudos hacia el interior del bosque. Camina hasta que tu cuerpo se vuelva del color del mármol, hasta que solo el velado abrazo de la Luna te vista.

Pisa la tierra tierna y húmeda y siéntela colándose entre los dedos. Mánchate las uñas de barro, envuélvete con los dulces brotes crecientes y empápate de su palpitante verdor.

Detente solo cuando escuches a las hojas de los árboles ancianos susurrar el nombre de tu alma e inspira profundamente hasta que el pecho duela.
Suelta el aire y admira cómo tu aliento se transforma en una nueva nube vivaz que asciende a los cielos rápidamente.
Esa es tu ofrenda para el Dios.

Oye, pues cuando oigas aullar a los lobos, la melodía del fuego te acariciará tan amorosamente que parecerán los besos de un amante.
Entonces danza, cierra los ojos y danza.

Escucha las risas de los ríos, siente el temblor de las montañas siguiendo tus pasos, acompañándote en tu baile.

Baña tus manos con bayas rojas y mima tu sexo hasta que éste se torne de color rojo, como si fuera la primera vez que le sangras a la Luna.
Cuando el éxtasis te invada y te alces hacia el cielo,
abre los ojos.
Tu primera mirada como un espíritu nuevo.
Esa es tu ofrenda para la Diosa.

Haz el amor con el viento, muerde las flores que crecen en la penumbra, cubre tus párpados de pétalos de rosas salvajes, enrédate con las ramas de los árboles mientras entonas cánticos mágicos.
Conságrate hasta que tu cuerpo se desplome y tu alma descanse plenamente en pura felicidad por primera vez.

Permite a la Dama Blanca besar tus labios y desearte buenas noches.

Luego deja que el Astro Rey te despierte...

Bienvenida, Hechicera.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Callejuela

Paseaba hoy por una callejuela de mi ciudad natal por la que no pisaba desde hacía mucho y me he llevado una grata sorpresa: he visto un gato.
Pero no era un gato cualquiera, no, era un poquito gatito mimoso al que conocí hace un año y al que no había vuelto a ver desde entonces.

La felicidad me embargó al comprobar que estaba bien y al notar que seguía siendo igual de mimoso.
Sus ojos de aguja chispeaban con alegría y amor, y no pude evitar reír mientras le decía con la voz más dulce que he puesto nunca lo adorable que era.

No entiendo a las personas que desprecian a estas criaturas.
Aquellas gentes que afirman que los gatos son traicioneros...

Son belleza y magia.
Son pequeñas divinidades en la tierra.
Son parte de mi alma.
Son mis favoritos y siempre los amaré.

sábado, 5 de agosto de 2017

Margot, Boris y Catalina

A Margot, la enturbiadora de vida y creadora de recuerdos nunca sucedidos.
A Boris, por poder crecer al fin libremente.
A Catalina, por ser un prisma lleno de luz y con diferentes rostros, todos ellos positivos.



Margot caminaba aquella tarde por las calles de un pueblo soleado pero esculpido en roca fría y gris. Cámara en mano, como siempre, se dedicaba a fotografiar pequeñas plantas y flores que lograban sobrevivir en aquel tosco lugar.

Oh, la fotografía. La fotografía era su pasión más pura. Además ella creía fervientemente que los dioses habían besado sus ojos y que, gracias a ello, ahora era una genio de ese noble arte. Margot creía en los dioses, aunque nunca los había rezado realmente...

Normalmente las fotografías que sacaba las usaba para adornar cuentos que ella reescribía, porque, otra de las pasiones de Margot era leer. Leía historias de fantasía sobretodo. Gente con poderes mágicos y cuyo nombre llevaba miles de títulos honoríficos. El más prestigioso era el de Princesa. Oh, y desde luego que Margot era una princesa. Actuaba como tal, al menos, y creía en el amor romántico e idealizado que en los cuentos tanto se ensalza. El único amor que conocía
.
Claro que el amor no es cosa de uno, sino de dos. Y Margot se encargó desde una edad muy temprana, como a eso de los... quince años, de darle el título de Príncipe a un muchacho que fuera merecedor de ello.

Boris, se llamaba este muchacho.

Un año mayor que ella, tímido y amable, pequeño gato asustadizo sin uñas, delicado como las flores que crecían en el suelo, el aura que emanaba era triste y gris... Pero, lo más importante, amante de la fotografía también. Solo que sus fotografías eran siempre en blanco y negro. Oh, pero a Margot eso no le importaba, pues el que Boris fuera así le daba un aspecto más atrayente y misterioso. Boris era una criatura llena de secretos que Margot se había empeñado en descubrir.

¡Cuántas tardes compartieron paseos solitarios haciendo fotografías, cuántas horas le dedicaron a la charla adolescente! Y cuán vacías estaban algunas de esas charlas... Vacías, porque Boris así se sentía a veces.

Vacío.

Más que el título de Príncipe deberían de haberle dado el título de Actor, porque hablaba, sonreía y se movía imitando lo que muchas veces veía en varias series de televisión.

Pobre Boris... Tan gris y muerto y, a la vez, con tantas ganas de volar fuera de aquel lugar. Pero el miedo... el miedo era fuerte y se comía todo rastro de valentía que pudiera albergar su corazón.
Eso y que, además, cuando posaba para Margot sentía que sus fotografías le cegaban y anclaban cachitos de su alma al pueblo donde nacieron. Sí, porque Boris posaba para Margot en algunas ocasiones.

A parte de compartir fotografías, a veces él participaba en las de ella, como si se tratara de un pequeño personaje en uno de los cuentos de la joven.

Margot pensaba que Boris era su musa. Que entre ellos había una conexión tan especial como la de cualquier pareja, solo que se había quedado en un romántico platonismo. Que cuando Boris posaba y miraba hacia su dirección, sus castaños ojos atravesaban el objetivo y acababan por contemplarla a ella. A ella con sus ojos de agua algada.

Qué poco sabía Margot...

Boris no la miraba a ella, no. Boris miraba al mundo. Miraba hacia la cámara con aspiraciones a que el mundo le viera. No a Margot, nunca a Margot.

Margot un día le regaló una fotografía llena de rosas a Boris, mas este la rechazó.

Y entonces apareció Catalina.

Catalina era una fuerza de la naturaleza, poderosa y brutal que emanaba rayos de colores brillantes por cada uno de los poros de su cuerpo. En el cuento ella sería la Bruja, la Hechicera, la Danzante de la Noche.

Y Margot rechazó esta nueva energía que despedía la danzante porque salía de todos los cánones que ella había aprendido. Las brujas son feas y viejas y, en realidad, débiles. Pero Catalina era joven, bella y tenaz.

Ah, pero Boris... Boris sintió curiosidad y se acercó a ella una mañana nubosa en la que la escuchó cantar en el patio de la escuela. Porque Boris cantaba, claro que cantaba, antes que fotografiar, cantaba. Y tenía la voz de un duendecillo o de un hada.

Catalina y Boris cantaron juntos y entre ellos surgió una conexión tan potente que a Boris le empezaron a crecer dos pequeñas alas blancas en la espalda.

¡Y es que Catalina hacía de todo! Cantaba, hacía teatro, bailaba... Y todo ello con una energía tan animosa que reviviría hasta a un muerto.

Catalina vio en Boris un ser de luz, como ella. Y le ayudó a desprenderse de ese plomizo manto de Príncipe que llevaba arrastrando durante años. Y le empujó dulcemente hacia la tierra y embadurnó su cuerpo con brotes verdes limpios, con rocío de la mañana y con refulgentes pétalos de rosas rojas. Y le presentó a los dioses. A los verdaderos dioses y les rezaron durante toda la noche mientras danzaban alrededor del fuego.

Y Boris se transformó en un Brujo. Un Hechicero. Un Danzante de la Noche. Lo que siempre debería de haber sido.

Boris, de gato asustadizo a gloriosa y sensual pantera negra.

Jamás volvió a necesitar fantasear con que las fotografías de Margot permitirían que el mundo le tomara en cuenta, que le vieran. El mundo ya le veía, renacido y resplandeciente, y todo gracias a su propio esfuerzo, gracias a la mano que le tendió Catalina.

Boris... ya no era Boris. Al menos el Boris de Margot.

Oh, Margot... La Princesa se había quedado sin Príncipe. ¡Algo como eso no podía suceder!

Margot corrió hacia su cuarto y, lejos de dejar que la luz entrara, que el Sol y la Luna acariciaran su cuerpo y le hicieran crecer alas en su espalda también, cerró las cortinas y se encerró entre paredes empapeladas de fotografías antiguas y decoloradas.

Sus pies comenzaron a echar raíces y de su cabello crecieron ramas llenas de hojas muertas y frutos podridos que le indujeron en un estado cercano a la demencia.
Margot se imaginaba cosas, sus recuerdos se enturbiaron debido al veneno de los frutos malignos y le hicieron creer cosas que no eran reales.

Su Príncipe... Su Príncipe cantaba canciones de amor todo el rato y creyó que eran para ella. Todos los gestos amables que su Príncipe tenía con ella eran síntoma de amor y no de mera amistad. Todas las veces que su príncipe había posado para ella habían sido producto de un momento mágico y de unión total entre los dos. Había ayudado a su Príncipe a diluir las oscuras aguas que conformaban su alma, cuando...

Cuando en realidad Boris no cantó para ella ni una sola vez. Las canciones de amor eran para otra mujer. Los gestos amables los tenía con la mayoría de la gente de su alrededor y... aquellos momentos mágicos... Boris los había sentido mil veces más especiales con Catalina. Y jamás había creído que Margot diluyera sus aguas, en todo caso las había removido un poco, cambiado de lugar.

Margot se convertía en un ser de piedra. Margot había idealizado un cuento de fantasía cuando la realidad era otra.

Margot, no se puede vivir en las sombras ni crear recuerdos oscuros sobre seres que son de luz.

Antes de que todo acabara, Margot vio por la ventana, entre una rendija de sus cortinas, volar libremente a Boris al lado de Catalina en busca de tierras más fértiles y vivas.

Un rayo de luz se coló por la ventana de Margot y se dirigió hacia su rostro, mas ella cerró los ojos antes de que tocara su alma.

Y así, Margot, se hizo una con la ciudad de piedra.

viernes, 28 de julio de 2017

Danza Macabra

Me encantaba verle bailar.

Tumbada en la cama de su dormitorio y apoyando mi cabeza sobre su almohada, observaba relajadamente cada uno de sus movimientos mientras aspiraba el aroma que desprendía la tela.
Tenía un aroma especial: Olía a chico.

No a colonia o a sudor. No a hombre o a niño. Sino a chico.

Siempre me había gustado abrazarle en un intento de que se me pegara algo de aquella esencia tan singular, pero no había llegado a ocurrir nunca.

Este pensamiento se fue apagando poco a poco cuando mis oídos de pronto se centraron en la música que invadía el cuarto. La canción había terminado y había vuelto a reproducirse de nuevo. Esta era la séptima vez que sonaba la misma melodía, pero no me importaba. Era agradable y, aunque no sabía el nombre del grupo que la interpretaba, me gustaba... Bueno, solo me gustaba cuando él la bailaba.

Cuando él comenzó otra vez la secuencia de movimientos y mis ojos se posaron en su esbelto cuerpo, mi mente se llenó con un pensamiento: Quería besarle.

Pero no en los labios, pues no estaba enamorada de él. Sentía amor por él, todo mi corazón lo sentía, pero no esa clase de amor. Era algo más. Un sentimiento al que aún nadie había puesto nombre.

Quería besarle... las caderas.

Si me gustaba verle bailar, más me gustaba aún cuando los huesos de la cadera amenazaban con atravesar su frágil y pálida piel de ángel. Se me asemejaban a dos bellas colinas intentando florecer en la nieve.

De pronto detuvo su danza y, tras pasarse una mano por entre los sedosos y mojados rizos negros, retirando así el exceso de sudor, se miró en el espejo durante largos segundos. Luego llevó sus manos hacia el elástico de su pantalón y lo ajustó.

Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo. No quería subirse los pantalones, no era que se le hubieran caído... y ese era justamente el problema. Que no se le habían caído.
Su mirada se volvió sombría y sus cejas se fruncieron ligeramente. Alguien desconocido no notaría las diferencias en su rostro, pero yo no era ninguna desconocida.

Esa era la mirada que ponía cuando se daba asco a sí mismo. Cuando sentía verdadera repulsión por cada centímetro de su cuerpo.

Rápidamente se quitó los pantalones y los tiró al suelo. Se dio un golpe en el estómago con su propio puño y continuó bailando.
Yo alargué mi mano y recogí la prenda para doblarla. Pasé la yema de los dedos por el elástico. Aún recordaba el día en el que, a medio vestir, semidesnudo, se presentó ante su madre pantalones en mano pidiéndole que le metiera una goma.

"Pareces un fantasma", dijo su madre derramando lágrimas y recogiendo la ropa para comenzar a coser.

"Ya ni siquiera duermes. Solo bailas y haces ejercicio. Tienes los ojos hundidos y llenos de ojeras..." Se dijo a sí misma más que para alguien en particular.

Él sonrió socarronamente y contestó: "Me gustan los fantasmas"

Y yo sonreí porque también me gustaban los fantasmas.

Acabó de bailar y tomó dos sorbos de un brick de leche que tenía sobre su mesilla de noche. Era casi lo único a parte de agua que se permitía beber. Y era más por miedo que por otra cosa.
Quería cuidar sus dientes, aportarles el calcio que necesitaban.
Desde el día en el que cepillándonos los dientes uno de los incisivos empezó a movérsele y a sangrar profusamente, decidió tomar un vaso de leche al día.

Se tumbó en la cama a mi lado y comenzó a respirar profundamente, intentando apaciguarse todo lo que podía, dejando su pecho subir y bajar libremente.

Casi sin darme cuenta, mis dedos se posaron sobre sus costillas y comenzaron a recorrerlas, como si se tratasen de empinadas escaleras, hasta llegar al centro del pecho.

"Eres perfecto", dije. Como había dicho tantas otras veces.

Él sonrió de medio lado y se sentó en la cama, mirándome intensamente.

"Aún me queda un largo camino para ser perfecto"

Entonces se levantó de la cama, y volvió a bailar.

sábado, 17 de junio de 2017

Chico

Hoy he soñado que, en medio de la desesperación más absoluta, camuflada bajo un rostro fuerte, un chico de mi antiguo instituto, un chico que apenas conocía, que ni siquiera me caía del todo bien, me preguntaba qué era lo que me pasaba. Yo negaba con la cabeza y simplemente le pedía un abrazo. Y me lo daba. Y era el abrazo más maravilloso que me han dado nunca.

Este chico no era precisamente una gran persona, pero sí era muy calmado y sereno.

Me pregunto si he soñado con esto porque necesito en mi vida alguien que me de estabilidad. Porque necesito rodearme de gente así.

Me pregunto si mis amistades valen tan poco que prefiero soñar que me consuela un desconocido.

Hermano

Si mi hermano pequeño, bueno, "pequeño, 19 años tiene ya, supiera lo que me pasó ayer me miraría con cara de ineptitud y luego haría rodar los ojos en un gesto que oscilaría entre el cansancio y la exasperación. Me diría: "Pues pasa de ellos, que les den" y cambiaría de tema.

Y yo bajaría la mirada y sonreiría con cierta tristeza pero también con un aire de felicidad.

Tristeza, porque sé que lleva razón, porque quizás me quiero un poco menos de lo que me debería de querer y dejo a los demás hacer ciertas cosas. O quizás quiero a los demás más de lo que debería quererlos.

Y felicidad porque sé que le da rabia verme así, porque sé que me quiere y que piensa que me merezco más.

Y me alegro de tenerlo ahí.

Me alegro de que me dedique ese gesto a modo de reprimenda.

En definitiva, me alegro de que me quiera.

domingo, 4 de junio de 2017

Los latidos del Corazón

Pum. Pum... Pum. Pum.

Por las noches siento cómo mi corazón aletea en mi pecho.
Y lo odio.

Pum, pum... Pum, pum.

Con cada palpitar parece que me acerco más y más hacia el final.
Los pasos que doy son granos de arena en un reloj. Irrefrenable.

Pum, pum... Pum, pum.

Los latidos suenan como las campanas de una iglesia macabra que celebra mi boda con la muerte.
Y no puedo escapar.

Pum.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Bruja

Fui princesa,
cuando en realidad lo que quería era ser bruja.

Canté con los ruiseñores, las mariposas y los cisnes,
cuando en realidad lo que quería era gritar con los gatos negros, los coyotes y las hienas.

Declamé encantadores poemas de amor,
cuando en realidad lo que quería era entonar mágicos hechizos.

Corté los tallos de lilas, margaritas y adelfas, y coloqué las flores en un jarrón de hermoso y delicado cristal,
cuando en realidad lo que quería era tumbarme sin reparo alguno sobre las sangrientas amapolas y masticas sus semillas con la boca abierta.

Cubrí mi cuerpo con valiosa seda,
cuando en realidad lo que quería era vestirme con bellos hilos hechos por arañas.

Trencé mi pelo y lo adorné de brotes de ternura,
cuando en realidad lo que quería era llenarlo de plumas y ramas abarrotadas de atrayentes bayas rojas.

Trasnoché en la oscuridad asomándome al balcón y llorándole a la Luna en espera de algún príncipe que me visitase,
cuando en realidad lo que quería era escapar del castillo y correr junto a los lobos mientras le aullaba a la Diosa Blanca.

Y lo hice:
Grité con los animales salvajes,
Me tumbé sobre la húmeda hierba,
Escapé de las murallas de piedra,
Me llené de los retazos del bosque,
Entoné sin preocuparme de la armonía,
Me vestí de la naturaleza,

Y entonces... me quemaron,
y mi cuerpo ardió entre las llamas mientras todos chillaban "bruja" sin cesar.

Pero... como toda buena bruja,
solo mi cuerpo se abrasó,
mi espíritu sobrevivió,
y se transformó en fuego etéreo hermoso,
y volé, por fin,
libremente.

jueves, 16 de febrero de 2017

El Selfie del Vampiro

Elisa, escondida detrás del sofá, observaba confundida y con gran curiosidad a Diana, su hermana mayor, la cual estaba sentada sosteniendo el móvil con la mano de modo que este apuntaba directamente hacia su rostro. ¡Y vaya rostro! Diana estaba poniendo caras extrañas, incluso demasiado extrañas para tratarse de ella, mientras pulsaba el botón de la cámara de su teléfono.

Oh, claro, estaba haciéndose "selfies".

Selfie era una palabra nueva que Elisa había aprendido hacía poco tiempo pero... no acababa de entenderla del todo. Sabía que hacerse una selfie era el acto de sacar una foto de ti mismo, normalmente poniendo caras raras.
Sí, eso lo sabía, lo que desconocía era el porqué. ¿Por qué hacer aquello? ¿Y por qué hacerlo tantas y tantas veces?

Tras mucho reflexionar, tras ver a su hermana sacarse muchas selfies y tras descubrir que del balcón de la habitación de Diana salía un chico a hurtadillas casi todas las noches, decidió que, la respuesta más sensata para el porqué se sacaba tantas fotos de su cara era la siguiente: Diana era un vampiro.

Sí, sí. Un vampiro. El chico que la visitaba era un vampiro también, eso estaba claro, él la había convertido a ella, desde luego.
Pero Diana no era un vampiro normal, no, ¡ella era un vampiro revolucionario!

Un vampiro que se había cansado de escuchar en tantas películas y de leer en tantos libros que los de su especie no se reflejaban en las fotografías. ¡Oh, por supuesto que lo hacían! ¡Malditos tópicos de la edad de piedra!
No, no. Había que empezar a cambiar las cosas un poco. ¿Y cómo hacerlo? ¡Pues saliendo en las fotos, cómo no!

Diana era uno de los muchos vampiros que habían decidido empezar su pequeña y sutil revolución contra este estúpido mito.

Oh, vamos, los vampiros son criaturas elegantes, no van a salir a la calle portando pancartas con mensajes tan claros como el de: "¡No soy un marginado o un asocial, yo también puedo posar en las fotos de felicitación navideña familiar!"

No, ese no era su estilo. Elisa los conocía bien, después de todo eran su criatura nocturna favorita...

Por supuesto la pequeña se entusiasmó con esa idea. Es decir... ¿Hola? ¡Su hermana era un vampiro!

Sin poder aguantarlo más, salió de detrás del sofá y se lanzó a abrazar a Diana con todas sus fuerzas, teniendo cuidado de que su cuello no estuviera demasiado cerca de la boca de la nueva vampiro, claro. El apetito de los recién convertidos es voraz, como todo el mundo sabe.

Tras unos segundos la pequeña se separó, arrebató el móvil a su hermana y se sacó una selfie con cara de orgullo.

Por último abandonó el salón dejando confusa esta vez a Diana.
¡Oh, perfecta pose para otra selfie!

#elselfiedelvampiro #EdwardCullensaleenlasfotos #yotambiénquieroserunvampiro

jueves, 12 de enero de 2017

Queridos Demonios

Queridos Demonios:

Nacisteis de una galaxia.
Nacisteis de la boca de mi estómago.
Nacisteis conmigo,
pero ambos éramos demasiado pequeños como para darnos cuenta de todo vuestro poder.

Si intentabais morderme desde dentro,
mamá y papá estaban allí para retenerlos,
para asegurarme de que todo estaba bien.
Para vendar mis heridas.

Crecí.

Y vosotros crecisteis tanto que un día quisisteis salir de mi interior.
Ya no entrabais en mi estómago.
Y dolió, dolió como duele un parto.
Y el alma me sangró.
Y lloré ríos de lava y tierra árida.

Os parí y os amamanté porque erais míos.
Porque sois míos.
Y creía que erais buenos solo porque erais míos.
Porque siempre acepté vuestros mordiscos y arañazos y siseos de fiereza.
Porque sin vosotros me sentía desprotegida.

Crecí.

Y vosotros también,
pero ya no queríais leche,
mis pechos se os quedaron pequeños
y empezasteis a roerme la carne.

Los huesos, se me veían los huesos.
El alma, se me veía el alma.
Y se hacía añicos como el cristal
cada vez que la rozabais con vuestras escamas.

Y no aguanté más.

Saqué una espada.
El filo forjado en el corazón,
la empuñadura en la cabeza.

Y corté cuellos, algunos cuellos.
Maté a varios hermanos vuestros,
maté a varios de mis hijos.

A los débiles,

porque yo también era débil y solo podía con ellos,
porque el filo de mi espada no cortaba demasiado,
porque mi brazo no era fuerte,
porque en el fondo me daba pena matarlos, matar a mis hijos.

Ahora lucho contra los fuertes,
contra los de ojos amarillos
y lengua envenenada
y escamas de pinchos.

Y sangro, sangro, sangro hasta manchar el vestido.

Mi vestido azul ahora es una amapola.

Pero da igual, si hace falta,
construiré una armadura
con los dientes de mis hijos muertos,
de vuestros hermanos muertos.

Y sentiréis miedo al ver mi armadura y sabréis que podré con vosotros,

quizás no hoy,
quizás no mañana,
quizás me mordáis tanto
que en ocasiones chille
y me quede inmóvil en el suelo casi sin poder respirar
pero, sabed, que sin rendirme también.

Y sabed, como yo sé,
que esta lucha será encarnizada
y que quizás dure toda una vida
pero sé, que cuando muera, lo último que vea,

no seréis vosotros.