jueves, 16 de febrero de 2017

El Selfie del Vampiro

Elisa, escondida detrás del sofá, observaba confundida y con gran curiosidad a Diana, su hermana mayor, la cual estaba sentada sosteniendo el móvil con la mano de modo que este apuntaba directamente hacia su rostro. ¡Y vaya rostro! Diana estaba poniendo caras extrañas, incluso demasiado extrañas para tratarse de ella, mientras pulsaba el botón de la cámara de su teléfono.

Oh, claro, estaba haciéndose "selfies".

Selfie era una palabra nueva que Elisa había aprendido hacía poco tiempo pero... no acababa de entenderla del todo. Sabía que hacerse una selfie era el acto de sacar una foto de ti mismo, normalmente poniendo caras raras.
Sí, eso lo sabía, lo que desconocía era el porqué. ¿Por qué hacer aquello? ¿Y por qué hacerlo tantas y tantas veces?

Tras mucho reflexionar, tras ver a su hermana sacarse muchas selfies y tras descubrir que del balcón de la habitación de Diana salía un chico a hurtadillas casi todas las noches, decidió que, la respuesta más sensata para el porqué se sacaba tantas fotos de su cara era la siguiente: Diana era un vampiro.

Sí, sí. Un vampiro. El chico que la visitaba era un vampiro también, eso estaba claro, él la había convertido a ella, desde luego.
Pero Diana no era un vampiro normal, no, ¡ella era un vampiro revolucionario!

Un vampiro que se había cansado de escuchar en tantas películas y de leer en tantos libros que los de su especie no se reflejaban en las fotografías. ¡Oh, por supuesto que lo hacían! ¡Malditos tópicos de la edad de piedra!
No, no. Había que empezar a cambiar las cosas un poco. ¿Y cómo hacerlo? ¡Pues saliendo en las fotos, cómo no!

Diana era uno de los muchos vampiros que habían decidido empezar su pequeña y sutil revolución contra este estúpido mito.

Oh, vamos, los vampiros son criaturas elegantes, no van a salir a la calle portando pancartas con mensajes tan claros como el de: "¡No soy un marginado o un asocial, yo también puedo posar en las fotos de felicitación navideña familiar!"

No, ese no era su estilo. Elisa los conocía bien, después de todo eran su criatura nocturna favorita...

Por supuesto la pequeña se entusiasmó con esa idea. Es decir... ¿Hola? ¡Su hermana era un vampiro!

Sin poder aguantarlo más, salió de detrás del sofá y se lanzó a abrazar a Diana con todas sus fuerzas, teniendo cuidado de que su cuello no estuviera demasiado cerca de la boca de la nueva vampiro, claro. El apetito de los recién convertidos es voraz, como todo el mundo sabe.

Tras unos segundos la pequeña se separó, arrebató el móvil a su hermana y se sacó una selfie con cara de orgullo.

Por último abandonó el salón dejando confusa esta vez a Diana.
¡Oh, perfecta pose para otra selfie!

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