sábado, 5 de agosto de 2017

Margot, Boris y Catalina

A Margot, la enturbiadora de vida y creadora de recuerdos nunca sucedidos.
A Boris, por poder crecer al fin libremente.
A Catalina, por ser un prisma lleno de luz y con diferentes rostros, todos ellos positivos.



Margot caminaba aquella tarde por las calles de un pueblo soleado pero esculpido en roca fría y gris. Cámara en mano, como siempre, se dedicaba a fotografiar pequeñas plantas y flores que lograban sobrevivir en aquel tosco lugar.

Oh, la fotografía. La fotografía era su pasión más pura. Además ella creía fervientemente que los dioses habían besado sus ojos y que, gracias a ello, ahora era una genio de ese noble arte. Margot creía en los dioses, aunque nunca los había rezado realmente...

Normalmente las fotografías que sacaba las usaba para adornar cuentos que ella reescribía, porque, otra de las pasiones de Margot era leer. Leía historias de fantasía sobretodo. Gente con poderes mágicos y cuyo nombre llevaba miles de títulos honoríficos. El más prestigioso era el de Princesa. Oh, y desde luego que Margot era una princesa. Actuaba como tal, al menos, y creía en el amor romántico e idealizado que en los cuentos tanto se ensalza. El único amor que conocía
.
Claro que el amor no es cosa de uno, sino de dos. Y Margot se encargó desde una edad muy temprana, como a eso de los... quince años, de darle el título de Príncipe a un muchacho que fuera merecedor de ello.

Boris, se llamaba este muchacho.

Un año mayor que ella, tímido y amable, pequeño gato asustadizo sin uñas, delicado como las flores que crecían en el suelo, el aura que emanaba era triste y gris... Pero, lo más importante, amante de la fotografía también. Solo que sus fotografías eran siempre en blanco y negro. Oh, pero a Margot eso no le importaba, pues el que Boris fuera así le daba un aspecto más atrayente y misterioso. Boris era una criatura llena de secretos que Margot se había empeñado en descubrir.

¡Cuántas tardes compartieron paseos solitarios haciendo fotografías, cuántas horas le dedicaron a la charla adolescente! Y cuán vacías estaban algunas de esas charlas... Vacías, porque Boris así se sentía a veces.

Vacío.

Más que el título de Príncipe deberían de haberle dado el título de Actor, porque hablaba, sonreía y se movía imitando lo que muchas veces veía en varias series de televisión.

Pobre Boris... Tan gris y muerto y, a la vez, con tantas ganas de volar fuera de aquel lugar. Pero el miedo... el miedo era fuerte y se comía todo rastro de valentía que pudiera albergar su corazón.
Eso y que, además, cuando posaba para Margot sentía que sus fotografías le cegaban y anclaban cachitos de su alma al pueblo donde nacieron. Sí, porque Boris posaba para Margot en algunas ocasiones.

A parte de compartir fotografías, a veces él participaba en las de ella, como si se tratara de un pequeño personaje en uno de los cuentos de la joven.

Margot pensaba que Boris era su musa. Que entre ellos había una conexión tan especial como la de cualquier pareja, solo que se había quedado en un romántico platonismo. Que cuando Boris posaba y miraba hacia su dirección, sus castaños ojos atravesaban el objetivo y acababan por contemplarla a ella. A ella con sus ojos de agua algada.

Qué poco sabía Margot...

Boris no la miraba a ella, no. Boris miraba al mundo. Miraba hacia la cámara con aspiraciones a que el mundo le viera. No a Margot, nunca a Margot.

Margot un día le regaló una fotografía llena de rosas a Boris, mas este la rechazó.

Y entonces apareció Catalina.

Catalina era una fuerza de la naturaleza, poderosa y brutal que emanaba rayos de colores brillantes por cada uno de los poros de su cuerpo. En el cuento ella sería la Bruja, la Hechicera, la Danzante de la Noche.

Y Margot rechazó esta nueva energía que despedía la danzante porque salía de todos los cánones que ella había aprendido. Las brujas son feas y viejas y, en realidad, débiles. Pero Catalina era joven, bella y tenaz.

Ah, pero Boris... Boris sintió curiosidad y se acercó a ella una mañana nubosa en la que la escuchó cantar en el patio de la escuela. Porque Boris cantaba, claro que cantaba, antes que fotografiar, cantaba. Y tenía la voz de un duendecillo o de un hada.

Catalina y Boris cantaron juntos y entre ellos surgió una conexión tan potente que a Boris le empezaron a crecer dos pequeñas alas blancas en la espalda.

¡Y es que Catalina hacía de todo! Cantaba, hacía teatro, bailaba... Y todo ello con una energía tan animosa que reviviría hasta a un muerto.

Catalina vio en Boris un ser de luz, como ella. Y le ayudó a desprenderse de ese plomizo manto de Príncipe que llevaba arrastrando durante años. Y le empujó dulcemente hacia la tierra y embadurnó su cuerpo con brotes verdes limpios, con rocío de la mañana y con refulgentes pétalos de rosas rojas. Y le presentó a los dioses. A los verdaderos dioses y les rezaron durante toda la noche mientras danzaban alrededor del fuego.

Y Boris se transformó en un Brujo. Un Hechicero. Un Danzante de la Noche. Lo que siempre debería de haber sido.

Boris, de gato asustadizo a gloriosa y sensual pantera negra.

Jamás volvió a necesitar fantasear con que las fotografías de Margot permitirían que el mundo le tomara en cuenta, que le vieran. El mundo ya le veía, renacido y resplandeciente, y todo gracias a su propio esfuerzo, gracias a la mano que le tendió Catalina.

Boris... ya no era Boris. Al menos el Boris de Margot.

Oh, Margot... La Princesa se había quedado sin Príncipe. ¡Algo como eso no podía suceder!

Margot corrió hacia su cuarto y, lejos de dejar que la luz entrara, que el Sol y la Luna acariciaran su cuerpo y le hicieran crecer alas en su espalda también, cerró las cortinas y se encerró entre paredes empapeladas de fotografías antiguas y decoloradas.

Sus pies comenzaron a echar raíces y de su cabello crecieron ramas llenas de hojas muertas y frutos podridos que le indujeron en un estado cercano a la demencia.
Margot se imaginaba cosas, sus recuerdos se enturbiaron debido al veneno de los frutos malignos y le hicieron creer cosas que no eran reales.

Su Príncipe... Su Príncipe cantaba canciones de amor todo el rato y creyó que eran para ella. Todos los gestos amables que su Príncipe tenía con ella eran síntoma de amor y no de mera amistad. Todas las veces que su príncipe había posado para ella habían sido producto de un momento mágico y de unión total entre los dos. Había ayudado a su Príncipe a diluir las oscuras aguas que conformaban su alma, cuando...

Cuando en realidad Boris no cantó para ella ni una sola vez. Las canciones de amor eran para otra mujer. Los gestos amables los tenía con la mayoría de la gente de su alrededor y... aquellos momentos mágicos... Boris los había sentido mil veces más especiales con Catalina. Y jamás había creído que Margot diluyera sus aguas, en todo caso las había removido un poco, cambiado de lugar.

Margot se convertía en un ser de piedra. Margot había idealizado un cuento de fantasía cuando la realidad era otra.

Margot, no se puede vivir en las sombras ni crear recuerdos oscuros sobre seres que son de luz.

Antes de que todo acabara, Margot vio por la ventana, entre una rendija de sus cortinas, volar libremente a Boris al lado de Catalina en busca de tierras más fértiles y vivas.

Un rayo de luz se coló por la ventana de Margot y se dirigió hacia su rostro, mas ella cerró los ojos antes de que tocara su alma.

Y así, Margot, se hizo una con la ciudad de piedra.