domingo, 25 de diciembre de 2011

Dulce quimera

Querido amor, tú que guardas mi mente cada hora, cada minuto e incluso cada segundo. Todo mi tiempo es tuyo, las pequeñas manecillas del reloj no se moverán jamás, nunca volveré a escuchar la monótona pero maravillosa melodía que daba al llegar las doce, aquella profunda y embelesadora canción jamás podré disfrutarla de nuevo, porque tú, mi amado, detienes mi tiempo…
Mis pensamientos solo pueden centrarse en tu figura inexistente, aquella que solo puedo ver en sueños, intangible y etérea, inalcanzable. Eres un destello de luz que ilumina la oscuridad y la soledad de mi angustiada y torturada alma, eres cual rayo que atraviesa el sombrío y opaco cielo de la noche, dando una gota de esperanza a las almas apesadumbradas como la mía.

No eres más que un espíritu que en un momento de turbidez en mi vida decidió mostrarse ante mí y besar mis labios. Cegada por tus dulces y delicados actos de cariño te correspondí, y lo hice de una manera que no había hecho nunca antes, y que seguro nunca haré. Fuiste tú el primero que hizo temblar mi alma, que hizo estremecer todo mi cuerpo, mis pupilas dilatadas transforman mis ojos pasando estos a ser hermosos óvalos de color de ébano, incluso más negros, pareciendo millones de plumas de cuervos superpuestas unas encima de otras, oscuros como el abismo más insólito que pueda existir en la tierra. Desaparece por completo el humilde color de mi iris, solo por un beso tuyo, mi amor. Mis manos agarrando fuertemente las sábanas carmesí, arrugando tanto estas que parecieran ríos 
de sangre embravecidos, mientras la desesperación envolvía todo mi ser, no poder tocarte, solo sentir ese perfecto y ligero roce en mis labios. En ese momento me hiciste tuya para siempre.

Amor, un suspiro de mi alma, en eso te has convertido. Noto como poco a poco te desvaneces, ¿huyes tan pronto de mí? Cada soplo de aire que regalo a nadie, choca lentamente contra la ventana de mi dormitorio, dejando rastros de vaho similar a la niebla que ahora inunda mi mente, confundiéndome, obnubilándome, desconcertándome por completo… No puedo pensar en otra cosa que no seas tú, amor mío. ¿Qué fue de aquel dulce beso? ¿Ya lo olvidaste? Quizá solo quisiste burlarte de mí, quizá solo querías penetrar en mi alma y recorrerla a tu antojo por mero aburrimiento, amor ¿por qué me haces tanto daño? Amor, ¿puede ser que ni siquiera existas?, ¿seas fruto de mi locura prematura, aquella deliciosa locura que me hizo sentirte por un momento?

Mis jóvenes labios sonríen, quizá seas eso y nada más. Una hermosa quimera producida por la soledad a la que me someto por propia voluntad, viviendo entre telas de seda, algodón y nubes blancas purísimas llenas de felicidad que nada tienen que ver con la realidad. Una felicidad ficticia que me va consumiendo poco a poco, pero no me importa gastar mi existencia de esa manera, si tan solo con eso puedo estar a tu lado, seré feliz.

Real o imaginario. ¿No es acaso la misma mentira? ¿No es la realidad fruto del aburrimiento de una divinidad superior que nos maneja con sus hilos cuales marionetas de madera para hacer su voluntad? Una dama elige nuestro destino tirando los dados mientras sonríe macabramente y espera paciente que terminemos la partida sobre este laberíntico tablero en el que avanzamos casillas. Y cuando llega la última, ahí está esa dama, riendo mientras sujeta con sus delicadas y pálidas manos una hermosa y plateada guadaña, siempre esperando, sin escapatoria… El juego acabó. Pero, mi amor, ¿importa mucho mi locura? Yo creo que no, con sentirte una vez más soy capaz de hacer trampas en este malicioso juego y avanzar todas las casillas de una sola tirada… Porque te amo, de la manera más grotesca y obsesiva que pueda existir, pero te amo y siempre lo haré.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Madelain

          Caminaba perdido sin rumbo decidido por el cementerio, absorto en mis más profundos e inconfesables pensamientos. Era viernes y ya la noche estaba bien entrada, incapaz de dejarme seducir por Morfeo, no pudiendo pensar en otra cosa más que en ir a encontrar el amor, me dispuse a salir de mi morada y vagar por el propio jardín de la Muerte. Con la idea de encontrar a mi amada por estas sendas, deambulé hasta lo más profundo de aquel peculiar jardín, hasta el lugar más recóndito, más apartado, un lugar donde ni siquiera los cuervos, hijos de la noche y protagonistas de varios cuentos fantasmales, se atrevían a ir.
          Varias historias contaban que una joven, de tez tan pálida como el mármol, más pura que la nieve, paseaba cada viernes por estos lares a altas horas de la noche. Las leyendas cuentan cosas horribles sobre ella, hija del demonio, que seduce a los hombres con sus maravillosos ojos verdes, tan brillantes como la primera brizna de hierba que crece salpicada por las pequeñas gotas de rocío, hermosos cuales dos esmeraldas puestas sobre un rostro esculpido por los mismísimos ángeles negros… Ciertamente esos ojos podrían hacer enloquecer, perturbar, delirar a cualquiera que posara sus humildes pupilas sobre ellos. Ella, devoradora de almas. Sus cabellos, decían, eran como el Sol, más dorados que el mismo oro, cada mechón de su larga melena parecía bailar con el aire frío y gélido que sopla en noches como esta, noches en las que toda buena persona que estuviera en su sano juicio debería estar en su casa. Mas yo no, ardía en deseos de encontrar el amor, y estaba convencido de que ella, aquella dulce muchacha, podría llegar a enamorarme.

          Entonces la vi, un solo segundo, un instante bastó para que la imagen de aquella figura de ensueño, para que aquella maravillosa criatura, quedara retenida en mi mente para siempre.
Se encontraba sentada sobre una de las muchas tumbas ya olvidadas, cubiertas de hiedra que envenenaría con solo rozar ligeramente una de sus hojas, flores marchitas adornaban las delicadas manos de mi joven amada, las acariciaba con tanta ternura que en ese momento deseé estar en el lugar de aquellas flores muertas y sin un ápice de vida. Se giró rápidamente al oírme pisar con una de mis escandalosas botas una de las muchas hojas secas que ornaban el suelo. Ágil como un gato, se levantó y me miró con esos grandes ojos verdes. Quedé embrujado inmediatamente bajo el hechizo de esos hermosos ojos, una inocente sonrisa atravesó el perfecto rostro de la pequeña muchacha que, majestuosa cual visión de un cisne desplegando sus alas por vez primera, abandonó el cementerio dejándome ver solo el vuelo de su vestido blanco. Aquel vestido se asemejaba con la espuma del mar que aunque aparece por el choque brutal y enérgico de dos grandes olas, solo quedan como resultado pequeñas y frágiles gotas blanquecinas que suavemente desaparecen, casi como si nunca estado allí, invisibles, incorpóreas, etéreas…
          Así es como fue el encuentro con mi amada, aquella encantadora niña a la que no podré sacar de mi cabeza nunca más.

          Pasadas dos noches de aquel primer acercamiento, no podía parar de pensar en ella, no comía, no bebía, no dormía, tan solo podía pensar en esa mirada embrujada que tanto me había cautivado. Un aleteo incesante se halla en mi cuerpo desde esa noche, vuelan en mí hermosas mariposas de brillantes alas de colores áureos y resplandecientes, más brillantes que las propias estrellas que iluminan el oscuro cielo. Pequeños destellos luminosos quedan grabados en toda mi alma, viajan sigilosas e inexistentes para ojos ajenos, pero yo sé que en mi corazón vuelan traviesas sin parar un segundo. A veces hacen daño, pero es un dolor tan placentero y grato que sería capaz de morir por él.

          Espero ansioso, anhelante, impaciente a que el reloj dé las doce de la noche, hoy viernes de nuevo espero volver al cementerio y reencontrarme con mi amada, tantas veces esta semana he imaginado, he soñado con ella, con esos ojos verdes, sus radiantes cabellos, su preciosa sonrisa… Cuando por fin las manecillas cantan en graves tonos me encontré saliendo apurado y muy nervioso por la puerta de mi hogar, ni siquiera cerré el gran portón de madera, el tiempo era impaciente conmigo y no quería esperar más, sudores recorrían mi cuerpo, las mariposas volaban cada vez más fuerte dentro de mí, mi alma turbada parecía querer salir de mi cuerpo e ir a encontrarse con ella mucho antes de lo que mis piernas podían correr. Deseaba poder verla de nuevo, deseaba tocar a aquella joven y hermosa muchacha. La anhelaba profundamente.

          Llegué rápidamente, podía oír a los cuervos cantar sus estridentes melodías casi mortales, pareciendo querer avisarme de algo, pero no tenía tiempo para escucharlos, no hoy. Acercábame yo a la tumba cubierta por la ponzoñosa hiedra cuando sentí mi corazón parar. Ella no estaba. Su esbelta figura no se encontraba hoy sentada aquí, me alarmé, recorrí el jardín una y otra vez, volviendo cada poco tiempo a aquella tumba, pero mi amada seguía sin aparecer. Desesperado me senté sobre aquella tumba, sin querer me pinché con las venenosas hojas de la hiedra, pero no me importaba, mi mente estaba demasiado confundida como para enviar señales de dolor a mi cuerpo. Las mariposas ahora quemaban, una angustia casi imposible de explicar me sumía enteramente, mi corazón se oprimía, se prensaba, se aplastaba contra mis costillas. Era insoportable. Miré de nuevo la tumba, un nombre estaba escrito en ella, Madelain. Se me hizo un nombre hermoso, digno de una dama bellísima. Quizá tan bella como mi amada. Con gran desconsuelo volví a mi casa. Cerré puertas y ventanas y dejé que la oscuridad me invadiera por completo.

          Llegó el siguiente viernes, y el otro, y el de más allá, pero mi querida niña no quería aparecerse ante mí, ¿acaso la asusté cuando me vio? ¿acaso la culpa la tenía yo? Qué clase de monstruo podía ser yo al espantar a una criatura tan bella como aquella, una criatura tan única, tan maravillosa… Cada viernes me preguntaba lo mismo: “¿Amada mía, hoy vendrás?” Y cada noche ocurría lo mismo, ella no se dignaba a aparecer ante mí. Mi locura se volvió tan inmensa que pasaba las horas hablando con la tumba de aquella bella dama de nombre Madelain. Yo hablaba incesante sobre mi amada, y ella, Madelain, me escuchaba pacientemente, casi podía oír sus contestaciones entre las ramas de los cipreses cuando el viento se colaba entre éstas realizando pequeños y dulces murmullos que parecían darme ánimos y aliento, esperanza…

          Tras dos meses de larga espera, de interminables paseos por mi ya tan conocido y peculiar jardín, decidí que aquella sería la última vez que la esperaría, no porque mi alma no quisiera aguardar por ella eternamente, sino por mi cuerpo, ahora demacrado, esquelético, pálido ya que solo recibía la luz Lunar, enfermo… La falta de alimentos se hacía patente en mí, pero con aquellas fastidiosas mariposas ardiendo aún por toda mi alma, esparciendo esas llamas endiabladas por todo mi ser, era imposible alimentarme correctamente. Casi sin fuerzas caminaba por el cementerio, hoy, viernes, la noche era muy hermosa, una noche de Luna espléndidamente redonda y brillante, el frío helado hacía estremecer hasta el último de mis huesos, mi alma temblaba, pero no estaba seguro de si era por frío, por miedo o por nervios. Probablemente fuese por las tres cosas. Camino hacia la tumba de hiedra cuando me detengo, mi corazón da un vuelco tan fuerte dentro de mi pecho que, por un momento, pensé que se había parado. Mis pupilas se dilatan al ver tan fantástica imagen delante de mi. Ella. Simplemente ella, la más bella de las criaturas estaba de nuevo sentada sobre aquella tumba, pero esta vez, al verme no huyó, no se alarmó ni se asustó, solamente me sonrió, esta se me hizo la sonrisa más perfecta que había visto jamás, dientes perfectos, labios carnosos del color de las rosas que están a punto de morir. Perfecta. Las mariposas ardientes de mi estómago se calmaron y comenzaron a brillar de nuevo, con una luz mucho más intensa, con un aleteo mucho más poderoso, casi podría haberme echado a volar de lo fuerte que batían sus alas dentro de mi alma.
          Me acerqué a ella, y me senté a su lado, tenía muchas cosas que contarle a mi amada, tantas palabras hermosas que había ensayado en mi mente una y otra vez para expresarle todo el amor que sentía por ella, toda la pasión, todo el anhelo que había tenido que aguantar hasta que se apareció de nuevo… pero no podía hablar, solo podía admirar aquellos ojos verdes, aquellos que me habían embrujado durante tanto tiempo, aquellos que amaba más que a mi propia vida… Solo pude preguntar una cosa, una sola cuestión consiguió escaparse por mi garganta. Le pregunté su nombre, quería saber el nombre de mi hermosa y encantadora amada. Pronunció una sola palabra con una voz angelical.

                                                                   “Madelain”


           ¡Madelain! ¡Mi dulce Madelain! Aquella dama que me escuchaba cada noche, aquella joven que me hacía compañía, aquella muchacha que aguantaba mis penas, aquella doncella que me susurraba entre los árboles palabras de aliento y ternura. Siempre fue ella, siempre estuvo conmigo, nunca me abandonó. Poco a poco me llamaba, diciendo mi nombre dulcemente, quería que me reuniera con ella, uno de mis cálidos besos pedía mi amada, encantado se lo concedí.
          Tan pronto como puse mis labios sobre los suyos, pude sentir la misma sensación que experimenté aquella vez que rocé las hojas de la hiedra en su propia tumba. Leves pinchazos ponzoñosos, envenenados y llenos de muerte, se trasladaban e infectaban todo mi cuerpo poco a poco, cada poro de mi piel irradiaba muerte, pero no me importaba. Mi alma abandonaba mi cuerpo con cada segundo que seguía apoyando mis labios sobre los de mi amada Madelain, pero no me importaba. Lo único que quería en ese momento era sentirla a ella, sentir aquellas mariposas y saber que siempre, toda la eternidad, sería suyo. Te amo, Madelain.

martes, 29 de noviembre de 2011

La Dama Gris

          Era una noche en la que la Luna se alzaba en el cielo en su máximo esplendor, con el más glorioso de sus brillos, en la más absoluta de sus redondeces. Una noche en la que las criaturas de la misma, levantaban su voz y gritaban estridentemente sobre su llegada. Era una noche idónea para los no nacidos bajo la luz del astro rey que, escondidos entre las sombras, guardaban pacientemente un firmamento como este para proclamarse dueños y señores del mundo. Y yo, asomando mi curiosa mirada por los ventanales de mi humilde morada, de nuevo la vuelvo a ver, a ella, con sus pupilas cristalinas, producto del quejumbroso llanto fruto de la amargura, funesta y desesperanzadora soledad que le causa el no poder encontrarle. Camina solemnemente con paso elegante, mostrando su pálido y demacrado cuerpo cual majestuoso pavo real muestra con orgullo su magnífico plumaje. Ella, que se hunde en el más terrible dolor, agonizando en silencio por su locura, ahogando sus sollozos en lo más profundo de su alma, que es apuñalada una y otra vez por la daga de la ira, de la rabia y de la cólera que, ocasionada por la tortura de no poder volver a sentirle de nuevo, la quema y la destruye por completo. Ella, que sin nombre reconocido por las gentes de este pequeño pueblo, ya es afamada por el sobrenombre de "La Dama Gris"

          Hace unos meses encontrábame yo, deambulando casi al caer la noche por las calles próximas al cementerio, sin ningún rumbo definido, cuando la vi por vez primera. A ella, la cual paseaba en sentido contrario al mío, absorta en sus pensamientos, con la mirada vacía. Ataviada con un hermoso vestido de similar color al de una azucena marchita que raído por los años, ahora era color grisáceo, parecido al de las piedras mojadas de un riachuelo que emergen de éste y hacen golpear y salpicar las pequeñas gotas de agua creando bellos arcoiris de luz áurea. Parecía no tener rumbo alguno también, parecía que solo paseaba para exhibir su radiante belleza y encanto singular del que solo un ángel podría presumir. Me detuve abstraído ante tal criatura, mi corazón se detuvo cuando pasó a mi lado, pude sentir como un mechón de su cabello azabache acariciaba dulcemente mi rostro y cerré los párpados extasiado ante tan gesto. Su aroma era algo sublime. Un aroma que aunaba el perfume de las gardenias recién salidas de sus crisálidas de pétalos blanquecinos y el pasto mojado de las montañas de Castilla. Seguí contemplándola hasta que desapareció ante mis ojos en un banco de niebla diáfana, justo a la entrada del cementerio.
Disponíame yo a volver a mi residencia cuando escuché voces que se asomaban en mis oídos al igual que un suave tintineo de cascabeles, lo suficientemente bajo como para ser un susurro, pero lo suficientemente alto como para ser recogido por otros oídos inquietos como los míos.

          "Pues fíjese usted que aquella joven que se aleja por el camino, vestida en polvorientos y sucios harapos, viene todas las noches por aquí. Ninguna falta. Se la dice "La Dama Gris". Yo la he visto sentarse bajo el sauce ese plantado entre el tumulto de cipreses, llorándole por el recuerdo de, creo yo, algún amante suyo. ¡Pero calle! Que no queda ahí el busilis de la cosa. Se dice que esta joven escucha voces entre las ramas del sauce, que espera la voz de su amante, que solo una vez la susurró su nombre y desde ese momento cayó enamorada de ese canto inexistente. ¡Que se lleve el diablo a esta loca! ¡Que no es hija de Dios ni en su casa la estiman! Pero vámonos vecina, que la noche se acerca y a estas horas la gente que queda en la calle no está en su sano juicio"

          Perplejo volví a mi hogar con aquella terrorífica historia zumbándome en los oídos, retumbando en mi mente pues, ¿cómo un ángel enviado por nuestro Señor podía ser hija del diablo? Sin creerme ni una sola palabra de tal leyenda, corrí persiguiendo a mi musa hasta encontrarla. Ella estaba arrodillada frente al sauce anteriormente mencionado en aquellas bocas maliciosas y llenas de envidia y de maldad, acariciaba las hojas del magnífico árbol con tanta fuerza y brutalidad que, las pequeñas ramitas del mismo, rasguñaron las palmas de mi ángel, tornando su color de mármol a uno carmesí. Las gotas cayeron sobre unas insignificantes rosas de papel que se encontraban al pie del sauce y que, de repente, parecían llorar sangre.
Ella lloraba desconsolada, pidiendo con gran clamor y algarabía, por una voz... Pedía por un susurro de aquella voz entre las hojas del sauce, un suave canto que pronunciara su nombre una vez más, un leve sonido de aquella voz le bastaba a mi bondadoso ángel para ser feliz, pero no lo hayó y lloró aún más fuerte. Y yo me fui de aquel lugar. Consternado porque las alas de mi ángel ya no eran blancas, sino grises, oscuras, de una tonalidad sombría, apagada, tenebrosa, lúgubre...

          Desde aquella noche ya no salgo de mi casa, tan solo la observo a ella por la ventana cuando se acerca caminando por el sendero de piedra hasta el cementerio., miro como llora desconsolada hasta que cuando los rayos de Sol amenazan con salir, hacen huir a mi amada. Esta noche no iba a ser menos. Una noche con una magnífica Luna blanca, como la pálida piel de mi amada, en la que las criaturas de la misma levantaban su voz y gritaban estridentemente sobre su llegada, como la voz que atormenta a mi musa. Pero una noche distinta, peculiar a las demás por el hecho de que esta noche es una noche blanca. Los copos de nieve caen sin cesar y el frío se hace hoy más presente que en el resto de los días. Un frío tan helador que se adentra en los huesos y hace daño. Y mi sombría mirada se halla junto a la ventana. De nuevo la veo pasar, no hay noche que falte el movimiento de su carcomido vestido de color gris, y no hay noche en la que no desee poder abrazar ese vestido con mis propias manos y sentirla a ella. Se acerca al sauce, pero esta vez ocurre algo inesperado, en su rostro, una sonrisa. Una bellísima sonrisa, sus dientes son como perlas que se ocultaban en el fondo del océano más remoto y solitario. Sus ojos rebosan lágrimas, pero esta vez son lágrimas de júbilo, de alegría, de felicidad. Ella apoya su espalda contra el tronco del árbol, su piel pálida ahora tiene una tonalidad algo azulada. Sus labios de cereza ahora son del color de las violetas, ella tiembla. Sus finos brazos, descubiertos, se agarrotan sobre su pecho, sus pupilas se vuelven fijas, sobre su frente se presentan sudores y finalmente cierra sus párpados.
Al fin lo entiendo. Escuchó a su voz amante por última vez, su temblor era debido a la excitación que sentía al tener a su amado tan cerca, mantenía sus pupilas fijas porque estaban absortas en el hermoso rostro de su amado, su frente estaba húmeda debido al ardor de verle tan próximo a ella, y sus párpados se cierran al recibir el primer y último beso de su amado. ¡Oh, Muerte divina! ¡Príncipe de la oscuridad que recoges las almas de aquellos de quienes te encaprichas! ¿Por qué te tuviste que llevar a un ángel tan bello? Con un solo susurro en el viento puedes llegar a turbar el alma de cualquier joven y hacer que te anhele con el más profundo de sus deseos.
Pues llévate mi alma también, ahora vacía. Sin lo más preciado que yo poseía, mi amado ángel ya no se encuentra en este mundo, porque ahora está contigo y no puedo admirarle más. Viajaré hasta tu mundo tenebroso, para poder seguir deleitándome con la belleza de mi joven y pobre Dama Gris a la que amaré por siempre en secreto y entre las sombras.

Presentación del Blog

          Mi nombre es Beatrice, y haré una pequeña presentación del blog antes de comenzar a publicar el primero de mis trabajos. He de decir que escribo este blog simplemente para expresarme, para exteriorizar todos aquellos pensamientos que aparecen de la nada en mi mente y, que con palabras, intentaré contar de la mejor manera posible.

     Este blog es la manera que utilizaré para dejar salir toda la creatividad que llevo en mi alma, mis pensamientos, emociones, sueños e ilusiones. Creo que no tengo un estilo determinado aún, simplemente dejo que mi corazón hable y guíe a mis manos para que escriban estos sentimientos tintados.



          Eso es todo, espero que os guste el blog.

Atentamente: Beatrice R.