domingo, 28 de junio de 2015

¡A la mar, mi Capitana!

Camino con presteza por el puerto en busca de sirenas que porten cabellos de oro y miradas abismales, profundas y siniestras como el lugar más recóndito del océano.
Busco sirenas de hermosas e hipnóticas voces que deseen cantarme una canción de cuna para así nunca jamás despertar.
Mas mi búsqueda fue en vano, pues no hallé a ninguna de estas preciosas criaturas mágicas, sino a un marinero de ojos llorosos y voz temblorosa. Su respiración era agitada y sus uñas estaban completamente comidas debido a su estado de nerviosismo.
_¡Tú! ¡Eh, tú!
Me llamó el marinero mientras corría hacia mí con una rapidez que solo había visto en sueños anteriormente.
_¡Capitana, mi capitana!
¿Capitana?
_¡Por fin has llegado! Ya pensábamos que tendríamos que cancelar el viaje. Todos estábamos como locos, pero por fin estás aquí. ¡Date prisa, el barco está a punto de zarpar y todos se encuentran muy nerviosos! Los pasajeros, los marineros, las gaviotas... ¡Todos! ¡Así que vamos, sube!
El marinero me cogió del brazo con fuerza, mucha fuerza. Tanta que pensé que me rompería el brazo. Yo solo podía mirar hacia atrás, deseando no alejarme de allí, deseando seguir buscando a mis sirenas, porque... ¿Qué sabía yo de barcos? ¿Qué sabía yo de navegar? Dios mío, si ni siquiera estaba segura de haber subido a un barco alguna vez.
Intenté explicarle esto al marinero, pero las palabras no salían. Intenté gritarlo, pero mi garganta estaba inundada con agua. De allí no salían más que burbujas que se disolvían en el cielo, explotadas por algún que otro niño de mirada maliciosa...
A una velocidad pasmosa, me puso un sombrero típico de capitán de barco y una chaqueta típica de capitán de barco y unos zapatos típicos de capitán de barco y me puso en la cabina principal, aquella donde es encontraba el timón.
Aquel glorioso volante se me asemejaba a una rueda de la fortuna. Gira en la dirección correcta y llegarás a tu destino; gíralo unos grados y podrías acabar chocando contra un iceberg.
Tras dejarme allí el marinero me encerró en la cabina y se fue, y todo quedó en silencio.
Navegué y navegué durante un tiempo, no sé exactamente cuánto, me perdí como las lágrimas de las ballenas se pierden en el mar. El bamboleo del barco hizo que me relajara, izquierda, derecha, izquierda, derecha... Sin fin, sin rumbo, sin fin, sin rumbo, silencio y...
¡CRASH!
_¡Oh, no! ¡Hemos chocado! ¡El barco ha chocado contra un iceberg!
De pronto mis ojos se abren totalmente y siento frío, mis manos se quedan pegadas al timón. Están completamente congeladas. No puedo hacer nada, no sé hacer nada. Solo puedo escuchar los gritos de la gente, el agua entrando en el barco. Solo puedo escuchar a la muerte caminando por la cubierta del barco...
Entonces algo milagroso sucedió. Una mujer de cabellos trenzados y rojos como las manzanas que tanto me gustan rompió la puerta de mi cabina y entró. Besó mis manos y éstas se descongelaron rápidamente.
_Cierra las compuertas del barco, cierra las compuertas del barco...
Susurró en mi oído y desapareció dejando un dulce aroma a caramelo y a música impregnado en el aire. Recuerdo que dijo algo más, pero no llegué a entenderlo del todo. Bueno, es igual.
Hice lo que aquella extraña mujer me dijo y cerré las compuertas. Automáticamente la gente dejó de gritar, el agua dejó de entrar y todo volvió a estar en silencio.
Yo, ya más calmada y confiada volví a colocar mis manos sobre el timón y seguí navegando por mucho más tiempo...
Muchas veces el sonido se rompió y el agua volvió a entrar, pero no me importó, cerrando compuertas todo volvía a estar normal hasta que un día el barco comenzó a hundirse.
_¡Cerrad las compuertas, cerradlas todas!
_¡Pero mi capitana, no hemos chocado con nada, el agua no está entrando por ningún lado!
_ ¿Y por qué nos hundimos entonces?
_ Porque el barco pesa demasiado.
Al decir aquellas palabras en mi mente resonó la frase que me dijo la mujer de cabellos rojizos y que no llegué a comprender.
"Sin embargo, una vez vuelva el silencio, repara el barco y saca el agua. Te mojarás, sentirás frío y algunas veces te entrara agua en la nariz, pero debes sacar el agua. Si no... te hundirás para siempre"
Te hundirás para siempre.
Hoy es siempre.
Hoy me hundo.
¡Oh, vaya, hola queridas sirenas, os he estado buscando durante siglos!
¿Querríais cantarme una canción?

domingo, 21 de junio de 2015

Caramelos ante el cristal

El tren corre deprisa, tan deprisa que siento cómo mi corazón se acelera. El viento se cuela por la rendija de la ventanilla y mueve mi flequillo con descaro. Los mechones de pelo juegan ante mis ojos y no puedo ver. Mi falta de visión impide que me de cuenta de que he llegado a una nueva parada.
Tiene colores que jamás había visto y es enorme, la gente que espera al tren porta pestañas muy largas, los labios pintados de morado y visten graciosas pajaritas azules. ¡Qué extraño y a la vez maravilloso!

Un aviso se escucha en mi peculiar vagón: "Queridos pasajeros, el tren se detendrá aquí hasta nuevo aviso"

Todos los pasajeros bajan y yo me quedo sola en el vagón. Juego con las mangas de mi vestido esperando a que todos vuelvan, pero no lo hacen así que, finalmente, me decido a bajar yo también.
Todo es distinto, es extraño, hasta el olor es raro, pero me gusta...

En la estación hay una tienda con un escaparate muy vistoso y yo, curiosa como soy, me acerco tímidamente a echar un vistazo. La tienda está llena de objetos maravilloso: plumas de fénix, poemas escritos con agua, tarros de felicidad, flores de amor... Quiero entrar, pero me da miedo, porque yo no tengo las pestañas largas, ni me pinto los labios de morado, ni siquiera he llegado a vestir nunca una pajarita de color azul.

Tras unos minutos vuelvo a mi tren, a mi vagón. Para mi sorpresa, la gente con la que había estado viajando todo este tiempo ya no está. Sus asientos han sido ocupados por estas extrañas criaturas a las cuales no me parezco.

Al cabo de los días vuelvo a salir del vagón y esta vez... esta vez entro en la tienda. El olor a caramelo me embriaga, es simplemente delicioso... Leo poemas, huelo las flores, acaricio las plumas del fénix, incluso me dispongo a comprar un tarrito de felicidad... Pero algo falla. Intento hablar con una de las criaturas, pero ella no me escucha, parece que no puede verme tampoco... Ninguna de las criaturas puede hacerlo.

Al menos eso es lo que yo siento. Quién sabe, mis ojos de gato son pequeños y finos...
Salgo de la tienda sin comprar nada. Noto como mi piel se vuelve más blanca, más transparente. Desaparezco. Soy un fantasma, soy niebla, soy una gota de agua que se cuela por una alcantarilla...
Siento miedo y vuelvo al tren. Echo a las criaturas, incluso a aquellas que no tienen las pestañas tan largas y cuya voz es suave como la de un mirlo... pero no me importa. Soy un gato y los gatos no pueden ser amigos de los mirlos. O eso dicen...

Salto sin cesar, salto sin cesar en el tren y este al final se mueve.

Respiro agitada y comienzo a llorar. Me alejo poco a poco de esa tienda de dulces y cosas maravillosas. Me alejo para nunca más volver.