jueves, 7 de noviembre de 2013

Días de invierno

Sentir cómo mis mejillas y mi nariz se sonrosan por el sorpresivo contacto con el gélido viento.

Respirar profundamente y sentir como mi garganta se torna  fría, doliendo un poco.

Alzar la cabeza, mirar las nubes y sentirme la criatura más pequeña del mundo.

De nuevo alzar la cabeza, expulsar mi aliento en forma de vaho y sentirme como un dragón, y vuelvo a ser grande de nuevo.

Corretear por las sinuosas calles blancas bajo la tenue luz del Sol que comienza a asomar tímidamente, y bajo la luz de los últimos rayos que desprenden las farolas.

Resbalar sobre un pequeño charco de agua congelado sobre una baldosa de piedra.

Romper aquella capa helada y saltar sobre el mismo charco y mojar mis botas de agua nuevas, sin importar que lleve el pantalón por fuera de estas y que el bajo se me halla calado enteramente.

Corretear de nuevo, pero esta vez hacia casa.

Dar de comer a mi gato.

Leer un poema de mi autor favorito.

Escribir algo pequeñito con cierto aire de nostalgia.

Queridos días de invierno.

Esperaba por un beso, pero ni siquiera apareciste

Esperaba por un beso.
 
Y ahí me dejaste, con los labios rosados, ligeramente mojados, los ojos cerrados, las manos a mi espalda sin saber muy bien qué hacer con ellas, y mis pies colocados en puntillas. 

Pero ni siquiera apareciste

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Corazones silenciados

Aquella noche fría y oscura la joven muchacha caminaba al lado del que iba a ser su pareja en ese momento.

No prestaba mucha atención a lo que su pareja decía, estaba más concentrada en admirar cómo sus bonitos zapatos de charol de color negro salpicaban al pisar con más fuerza de la habitual los pequeños charcos que en el suelo se habían formado la tarde anterior, cuando comenzó a llover. Asentía y contestaba con monosílabos, y a veces reía por mera cortesía, pero nada más, nada más era eso, simple cortesía.

Esa noche pensamientos melancólicos atacaban vilmente su alma sin cesar. Sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo, no delante de su pareja en ese momento. Luego lloraría a solas, con gemidos ahogados en su garganta. Dejaría correr libremente la máscara de ojos sobre sus mejillas. Y solo una pregunta rondaría su cabeza: "¿Por qué no soy capaz de decirlo?"

Entonces la joven muchacha y su pareja en ese momento llegaron al lugar estipulado, y en ese lugar le encontró a Él.


Aquella noche fría y oscura el joven muchacho caminaba al lado de la que iba a ser su pareja en ese momento.

No prestaba atención a lo que su pareja decía, estaba más concentrado en admirar cómo el viento hacía caer las últimas hojas de los árboles, aquellas que intentaban sobrevivir, en un vano intento, al otoño, ya que el suave balanceo de las hojas le hipnotizaba de sobremanera, le parecía que aquello tenía una belleza casi insuperable. Asentía y contestaba con monosílabos, y a veces reía por mera cortesía, pero nada más, nada más era eso, simple cortesía.

Esa noche una profunda rabia clavaba en su corazón puñales ponzoñosos. Sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo, no delante de su pareja en ese momento. Luego se desahogaría a solas, con lágrimas mudas y puñetazos a la pared. Soltaría improperios y golpes certeros contra la piedra sin importarle lo mucho que sus nudillos sangraran. Y solo una pregunta rondaría su cabeza: "¿Por qué no soy capaz de decirlo?"

Entonces el joven muchacho y su pareja en ese momento llegaron al lugar estipulado, y en ese lugar la encontró a Ella.


En medio del gentío, las miradas de la joven y de el joven se cruzaron. Ambos sonrieron tímidamente sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Un leve gesto de manos, de nuevo una falsa sonrisa simpática llena de lágrimas mudas y nada más.

Sus corazones gritaban "te amo", pero sus labios permanecían cerrados.

¿Por qué?

Porque el joven muchacho pensaba que la joven muchacha iba acompañada de un Él, y no de una pareja en ese momento; y la joven muchacha pensaba que el joven muchacho iba acompañado de una Ella, y no de una pareja en ese momento.

Dos corazones silenciados por la Duda y el Dolor.


martes, 5 de noviembre de 2013

Cruel otoño

El otoño es perverso,
cruel
un depravado
y no tiene compasión.

Utiliza sus etéreos y delicados dedos de viento para desvestir poco a poco a los inocentes y virginales árboles que, poco a poco, notan como van perdiendo cada una de sus hojas,
su única y más sencilla vestimenta
y no pueden hacer nada para impedirlo.

Luego, una vez desnudos, el otoño los contempla con gran placer y deleite.
Sin vergüenza,
cual artista que admira su más brillante obra de arte.

El otoño es perverso,
cruel
un depravado
y no tiene compasión.