domingo, 21 de junio de 2015

Caramelos ante el cristal

El tren corre deprisa, tan deprisa que siento cómo mi corazón se acelera. El viento se cuela por la rendija de la ventanilla y mueve mi flequillo con descaro. Los mechones de pelo juegan ante mis ojos y no puedo ver. Mi falta de visión impide que me de cuenta de que he llegado a una nueva parada.
Tiene colores que jamás había visto y es enorme, la gente que espera al tren porta pestañas muy largas, los labios pintados de morado y visten graciosas pajaritas azules. ¡Qué extraño y a la vez maravilloso!

Un aviso se escucha en mi peculiar vagón: "Queridos pasajeros, el tren se detendrá aquí hasta nuevo aviso"

Todos los pasajeros bajan y yo me quedo sola en el vagón. Juego con las mangas de mi vestido esperando a que todos vuelvan, pero no lo hacen así que, finalmente, me decido a bajar yo también.
Todo es distinto, es extraño, hasta el olor es raro, pero me gusta...

En la estación hay una tienda con un escaparate muy vistoso y yo, curiosa como soy, me acerco tímidamente a echar un vistazo. La tienda está llena de objetos maravilloso: plumas de fénix, poemas escritos con agua, tarros de felicidad, flores de amor... Quiero entrar, pero me da miedo, porque yo no tengo las pestañas largas, ni me pinto los labios de morado, ni siquiera he llegado a vestir nunca una pajarita de color azul.

Tras unos minutos vuelvo a mi tren, a mi vagón. Para mi sorpresa, la gente con la que había estado viajando todo este tiempo ya no está. Sus asientos han sido ocupados por estas extrañas criaturas a las cuales no me parezco.

Al cabo de los días vuelvo a salir del vagón y esta vez... esta vez entro en la tienda. El olor a caramelo me embriaga, es simplemente delicioso... Leo poemas, huelo las flores, acaricio las plumas del fénix, incluso me dispongo a comprar un tarrito de felicidad... Pero algo falla. Intento hablar con una de las criaturas, pero ella no me escucha, parece que no puede verme tampoco... Ninguna de las criaturas puede hacerlo.

Al menos eso es lo que yo siento. Quién sabe, mis ojos de gato son pequeños y finos...
Salgo de la tienda sin comprar nada. Noto como mi piel se vuelve más blanca, más transparente. Desaparezco. Soy un fantasma, soy niebla, soy una gota de agua que se cuela por una alcantarilla...
Siento miedo y vuelvo al tren. Echo a las criaturas, incluso a aquellas que no tienen las pestañas tan largas y cuya voz es suave como la de un mirlo... pero no me importa. Soy un gato y los gatos no pueden ser amigos de los mirlos. O eso dicen...

Salto sin cesar, salto sin cesar en el tren y este al final se mueve.

Respiro agitada y comienzo a llorar. Me alejo poco a poco de esa tienda de dulces y cosas maravillosas. Me alejo para nunca más volver.

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