sábado, 6 de octubre de 2012

Alice


Hallábame yo sentada sobre una de las austeras y sobrias sillas en la mediana habitación de color amarillenta  y negruzca por el paso de los años y de las miles de personas que pasaron por allí antes que yo. Sobre la asquerosa pared, pintadas obscenas y nombres de personas que intentan pasar a la inmortalidad solo por escribir un par de letras ya no me impresionan a la vista, tan acostumbrada a este tipo de “arte” primitivo decidí dejarlo pasar y ni siquiera posé mis melancólicos ojos sobre estas.

Estrepitosas y tontas risas que intentan llenar el eco del cuarto. Palabras veladas que despliegan sus pequeñas alas tratando de llegar a mis oídos pero que se queman al intentar atravesar la atmósfera de mi aura de ébano.

Pero solo pasa un segundo para que todo eso quede a un lado y mi mente se llene de imágenes subrealistas, mis párpados se cierran y el aleteo de mis pestañas producen un tremendo huracán en mi pequeño mundo, ahora destrozado, cual efecto mariposa que causa estragos en una ciudad cualquiera.
Sin embargo ya estoy dormida, no puedo despertar, mi cuerpo se siente pesado y mi alma ha volado ataviada con un ropaje totalmente distinto al que suele usar, este pareciera estar hecho de plumas de cisne arrancadas brutalmente del pequeño y dulce animal ahora siendo de un precioso color rojo y ligerísimo que me permite flotar.

Y así, cual Alicia en su país de las Maravillas, me encuentro sumergida en un mundo de fantasías y lleno de recuerdos que ya había olvidado. Un castillo totalmente destrozado, la piedra dura, gris y muerta tirada en el suelo. Árboles ardiendo, una cascada de lágrimas que desemboca en un gran lago del cual no puedo ver el fondo, un camino hecho por baldosas de oro que acaba en un precipicio lleno de lanzas oxidadas y puntiagudas que atraviesan muñecas de porcelana, peluches y juguetes similares.

Todo ha acabado, ya no existe nada de ese mundo. Aquel mundo de fantasía está roto ahora, destrozado y totalmente demacrado... El cielo de color nácar que antes adornada mi país ahora es de color rojo, del color de la muerte.

Me siento en una de las rocas de mi antes hermoso castillo de ensueño y miro el horizonte perdiéndome entre tanta atrocidad. Y me doy cuenta de que mi alma pesa de nuevo y de que mi vestido de plumas de rubí se quema estando aún en contacto con mi piel, pero el fuego no hace daño, ni siquiera me roza. Mi mortal aura lo detiene.

Parpadeo de nuevo volviendo al mundo en el que las risas y las palabras aladas vuelven a convertirse en cosas que tendré que hacer ver que parecen significantes.

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