Hallábame yo sentada sobre una de las
austeras y sobrias sillas en la mediana habitación de color
amarillenta y negruzca por el paso de los años y de las miles de
personas que pasaron por allí antes que yo. Sobre la asquerosa
pared, pintadas obscenas y nombres de personas que intentan pasar a
la inmortalidad solo por escribir un par de letras ya no me
impresionan a la vista, tan acostumbrada a este tipo de “arte”
primitivo decidí dejarlo pasar y ni siquiera posé mis
melancólicos ojos sobre estas.
Estrepitosas y tontas risas que
intentan llenar el eco del cuarto. Palabras veladas que despliegan sus pequeñas alas tratando de llegar a mis oídos pero que
se queman al intentar atravesar la atmósfera de mi aura de ébano.
Pero solo pasa un segundo para que todo
eso quede a un lado y mi mente se llene de imágenes subrealistas,
mis párpados se cierran y el aleteo de mis pestañas producen un
tremendo huracán en mi pequeño mundo, ahora destrozado, cual efecto
mariposa que causa estragos en una ciudad cualquiera.
Sin embargo ya estoy dormida, no puedo
despertar, mi cuerpo se siente pesado y mi alma ha volado ataviada
con un ropaje totalmente distinto al que suele usar, este pareciera
estar hecho de plumas de cisne arrancadas brutalmente del pequeño y
dulce animal ahora siendo de un precioso color rojo y ligerísimo que
me permite flotar.
Y así, cual Alicia en su país de las Maravillas, me encuentro sumergida en un mundo de fantasías y lleno
de recuerdos que ya había olvidado. Un castillo totalmente
destrozado, la piedra dura, gris y muerta tirada en el suelo. Árboles
ardiendo, una cascada de lágrimas que desemboca en un gran lago del
cual no puedo ver el fondo, un camino hecho por baldosas de oro que
acaba en un precipicio lleno de lanzas oxidadas y puntiagudas que
atraviesan muñecas de porcelana, peluches y juguetes similares.
Todo ha acabado, ya no existe nada de
ese mundo. Aquel mundo de fantasía está roto ahora, destrozado y
totalmente demacrado... El cielo de color nácar que antes adornada
mi país ahora es de color rojo, del color de la muerte.
Me siento en una de las rocas de mi
antes hermoso castillo de ensueño y miro el horizonte perdiéndome
entre tanta atrocidad. Y me doy cuenta de que mi alma pesa de nuevo y
de que mi vestido de plumas de rubí se quema estando aún
en contacto con mi piel, pero el fuego no hace daño, ni siquiera me
roza. Mi mortal aura lo detiene.
Parpadeo de nuevo volviendo al mundo
en el que las risas y las palabras aladas vuelven a convertirse en
cosas que tendré que hacer ver que parecen significantes.
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