Sentir cómo mis mejillas y mi nariz se sonrosan por el sorpresivo contacto con el gélido viento.
Respirar profundamente y sentir como mi garganta se torna fría, doliendo un poco.
Alzar la cabeza, mirar las nubes y sentirme la criatura más pequeña del mundo.
De nuevo alzar la cabeza, expulsar mi aliento en forma de vaho y sentirme como un dragón, y vuelvo a ser grande de nuevo.
Corretear por las sinuosas calles blancas bajo la tenue luz del Sol que comienza a asomar tímidamente, y bajo la luz de los últimos rayos que desprenden las farolas.
Resbalar sobre un pequeño charco de agua congelado sobre una baldosa de piedra.
Romper aquella capa helada y saltar sobre el mismo charco y mojar mis botas de agua nuevas, sin importar que lleve el pantalón por fuera de estas y que el bajo se me halla calado enteramente.
Corretear de nuevo, pero esta vez hacia casa.
Dar de comer a mi gato.
Leer un poema de mi autor favorito.
Escribir algo pequeñito con cierto aire de nostalgia.
Queridos días de invierno.
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