jueves, 14 de septiembre de 2017

Princesos

No. No puede ser, ¿en serio? ¿De verdad que no hay nada? ¿Cómo es posible que en estos tiempos que corren alguien no tenga actualizado el facebook? No usar facebook es de sosos.

¿Y por qué me importa tanto que no tenga ninguna foto para mostrar en facebook? ¿Por qué me enfado tanto al ver que simple y llanamente tiene una foto de perfil en la que su cara sale desde un ángulo extraño? Para colmo solo a él se le ocurre llevar gafas de Sol... Le reconocí al ver sus ojos, y esperaba volver a verlos.

Es curioso que entre tanta gente le haya reconocido después de pasar más de diez años sin haberle visto ni una sola vez. En serio, el sábado la calle estaba imposible: entre la gente disfrazada, engalanada para el festejo, y el humo que desprendían los puestos de comida no sé cómo le pude llegar a ver. Ah, pero le vi.

Y fue ridículo, porque si no recuerdo mal giré mi cabeza cual búho nocturno cuando pasó a mi lado. Madre mía... menos mal que mis amigos no se dieron cuenta. Aunque... si lo pienso detenidamente, no hubiera habido mucha diferencia si se hubieran percatado de algo. A fin de cuentas no le conocen.
Mira, algo bueno de ser algo más mayor que ellos, que en mis primeros años de instituto ellos aún seguían en el cole preparando la función de Navidad con pastorcitos y un rey Baltasar pintado desigualmente con ceras negras.

Sí... fue hace mucho, en el primer o segundo año de instituto. Cuando tenía 13 años. Dulces e inocentes años, ¡y yo encaprichada de un chico!

Pero cuidado, que no era un chico cualquiera. Era el malote de la clase. Oh, sí. Era de esos que se piraban las clases difíciles, sacaban ceros en los exámenes, se reían de los empollones y lanzaban puyas maliciosas a las pijas.
Y como me gustaba cuando lo hacía...

Malote, sí, pero no de estos que salen en las películas americanas con chupa de cuero, guaperas a morir y con moto. Este muchachillo mío no era lo que se dice muy agraciado. Pero con 14 años, ¿quién lo es? (Sí, sí, me sacaba un año) Tenía un acné bastante severo, usaba gafas y tenía la barba propia de un criajo recién entrado en la pubertad, es decir, cuatro pelos mal puestos en la barbilla y sobre el labio superior. Y lo de la moto ni te cuento, le gustaban a rabiar, sí, pero lo más cerca que estaba de tener una moto era si su primito pequeño le dejaba jugar con la suya de los Playmobil.

Oh, y lo mejor de todo, aquí viene...

Iba en chándal. Todos los días. Hubiera gimnasia o no.

Menudo panorama: Un cani y una emo. Vaya dúo curioso, ¿no?

Oh, pero el sábado ya no estaba para nada así. Pensé que se había puesto guapo y todo.
Y me acordé entonces de cómo lo veía yo a mis 13 años: lo veía alto y delgado, como un palillo, eso sí, con fuerza en brazos y piernas. Las horas de gimnasia las aprovechaba bien, no cabe la menor duda. El rostro de rasgos afilados y los ojos castaños agudos. Y tenía una postura y un lenguaje... que simplemente atraía. No solo a mí, atraía a la clase en general.

El chaval tenía carisma y mandaba en el aula. Solía caer bien a todo el mundo que no fuera empollón o pija, incluso a los profesores. A los enrollados al menos. Y, lo más importante de todo era que... era muy gracioso.
Me hacía reír como nunca, reír de verdad. A veces reír de esta forma coqueta y pequeñita al escuchar sus chistes malos, aquellos que solo me contaba a mí cuando nos sentábamos cerca en clase, y a veces reír a carcajadas cuando hacía bromas o se ponía a hacer el idiota en los descansos de cinco minutos entre clase y clase.

Admito que también había veces en las que me reía por lo tonto que era. En plan de no saber hacer una frase de sintaxis en la pizarra, contestar de forma ingeniosa al profe de turno para escaquearse de aquella situación, mofarse de él incluso y, por fin, verle retirarse hasta su asiento con esa manera tan confiada de andar que tenía.

En fin, que me hacía reír.

Ah, pero no solo eso, otra cosa que me gustaba era que me defendía de la gente que se intentaba meter conmigo. No de esa forma absurda y caballeresca de ponerse delante del agresor y hacerse el macho, no... Sino de una forma sutil, como la de dar una palmada al tipo en cuestión que me empezaba a bacilar, o simplemente mandarle callar, o ponerse a hablar con él y cambiar el tema rápidamente.

Era bueno en lo que hacía, desde luego: No quedaba cursi por defender a una chica, y a la vez me atrapaba cada vez más.

Justo el otro día le decía a un amigo: "Mira, yo es que ya estoy harta de los chicos que van de malotes por la vida. No estoy para esas gilipolleces. ¡Yo quiero un princeso!"

¿Un princeso? ¡JA! Me río yo de ese pensamiento momentáneo. No, en realidad no quiero princesos. Debería salir con un princeso, todas deberíamos, desde luego, uno de estos que te piden salir después de tan solo dedicarle dos palabras, que te escribe cartas de amor, que te canta incluso... Pero entonces... ¿Dónde está la diversión?

Uy, no, he descubierto que aborrezco todo grado de romanticismo precoz. No hay nada más incómodo que te canten. Chicas, tenedlo por seguro, no queréis estar 3 minutos fingiendo una sonrisa de agradecimiento mientras vuestro pretendiente berrea sin parar. Es como... ¡Un cumpleaños! Todos pasamos vergüenza cuando nos cantan la canción de "cumpleaños feliz": todos nos miran, va dedicado para nosotros exclusivamente, la gente desafinan un montón... Vamos, que se pasa fatal, y eso que solo dura como... ¿20 segundos? ¡Imagina 3 minutos enteros!

En fin, que me voy por las ramas...

Que eso, que me atrapó. ¿Y cómo logré atraparlo yo? Bueno, una chica tiene sus tácticas y yo siempre he pecado de ser muy maquiavélica. Pero en aquella época era un maquiavelismo inocente. Eran cosas muy simples como elogiarle en gimnasia, sentarme junto a él en clase de plástica y hablar de las cosas que teníamos en común, que... por aquel momento era básicamente la lucha libre americana. No me juzguéis, ¿a qué niña en pleno despertar sexual no le gustaría ver a tíos semidesnudos bañados en sudor practicando el noble arte de la lucha? Y bueno, dejando entrever que hacía caso de las cosas que decía, riéndome de todas sus gracias...

Muy sutil todo también. Nada como regalarle cositas o cotillear sobre él con todas mis amigas, o escribirle una carta de amor y entregársela cual estúpida colegiala japonesita.

Creo que lo más notorio que hice una vez para demostrarle mi afecto fue ser la única chica que le votó para ser el delegado de clase. Era una votación pública y todo el mundo se enteró, así que fue como proclamarlo a los cuatro vientos de forma discreta. Eso podría ser un oxímoron, ¿no? ¿Se puede proclamar algo a los cuatro vientos y de forma discreta?

Bueno, es igual.

La cuestión es... que llevo pensando en él desde el sábado que le vi y recordando viejas maneras de ser y de sentirme. Lo que era el amor a los 13 años...

En el fondo encapricharme a esas edades tan tempranas es una de las cosas más divertidas que me han sucedido hasta ahora. Porque no es amor realmente, es jugar al amor. Es soñar con el amor, es... ¡fantasear!

Es coquetear torpemente, es planear jugadas para intentar entablar amistad con el chico que te gusta, es ver cómo él pasa de ti, es ver cómo sus amigos se empiezan a dar cuenta de tus intenciones (porque tú quieres que se den cuenta para que se lo digan ellos y evitarte a ti el mal trago de declararte), es ver que él empieza a tener interés por ti, es escribir en un diario hasta la última de las conversaciones que habéis tenido durante el día... ¡Lo es todo y nunca nada malo puede pasar!

Ay, ¡echo de menos ese tipo de amor, por favor! Quién pudiera retroceder en el tiempo...

El amor adolescente es lo mejor. Niños y niñas tecnológicos de hoy, por favor, dejad el móvil un momento e intentad gustarle a una niña o niño de vuestra clase.

No os arrepentiréis.

Bueno, con los años no os arrepentiréis.

1 comentario:

  1. Me recordó viejos tiempos, lo único que me quede esperando que le hablara al muchacho y al final n paso nada.

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