miércoles, 16 de octubre de 2013

Eterno río rojo

Era una tarde de primavera en la que ya se dejaban ver los primeros retazos del verano. El Sol ensartaba sus gloriosas agujas de luz sobre el eterno vestido del Río, cosiendo al mismo brillantes detalles que relucían aún más cuando los peces saltaban animadamente sobre la prenda.

Una dulce y fría brisa matutina acariciaba las delicadas corolas de las amapolas y hacía llorar de alegría a los pequeños brotes verdes de hierba que crecían tímidamente bajo los viejos olmos.

Una joven ataviada con telas blancas, casi transparentes, flotaba en el Río portando en su rostro una tierna sonrisa, su cuerpo irradiaba luz, quietud, la más absoluta paz. En su pecho crecía una rosa roja que destacaba sobre la pálida indumentaria de la joven.

La rosa crecía sin parar, salvajemente sobre su pecho, dejando a su paso un hilo de pétalos rojos que adornaban el vestido azul del río.

Silencio.

La joven sigue el curso eterno de tela azul bañada en dulces y tiernas rosas rojas.

El bosque rojo, cándido y limpio queda en paz.

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