jueves, 6 de marzo de 2014

Máscara de terciopelo

La máscara de la locura, la más profunda de todas, aquella que es del color del abismo, se ha pegado a mi piel y sé que ya jamás la podré quitar.

Cuando llevo esa máscara puesta nada importa, mi alma es libre y baila dentro de mi cuerpo moviéndolo descaradamente, con gestos lascivos y libertinos.

Y no puedo parar de reír, de carcajear más bien, todo es divertido.

No existe lo malo ni lo bueno. Solo existe lo placentero. Y eso está bien.

Solo puedo portar esta extraordinaria máscara cuando estoy sola, en una habitación oscura, pues ni el Sol ni la Luna podrían verme de este modo.

Si alguien me viera en este estado de dejadez y diversión total y absoluta, en este mundo donde nada existe más que el gozo, el deleite y la dicha, me condenaría a la guillotina, al fusilamiento o a la quema en un poste, como hicieron con las antiguas brujas.

"¡Descarada!"     "¡Atrevida!"    "¡Desvergonzada!"    "¡Insolente!"

Por eso he de cubrir mi rostro con capas y capas de máscaras e irlas poniendo o quitando según requiera el personaje que se disponga a conversar conmigo.

Me pregunto...
Me pregunto...
Me pregunto...

Si habrá alguien a quien pueda enseñar mi máscara negra aterciopelada.

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