miércoles, 5 de febrero de 2014

Solo por un día

Querido esposo, siempre te he amado y te he temido.

Desde mi nacimiento me reclamaste a tu lado.
Pronto me robaste mi primer beso, fue en una noche de belleza sin igual, iluminada con una espléndida Luna, brillando en su máxima expresión e invitando a los lobos y a otras criaturas de la noche a entonar canciones amorosas, canciones que se cuelan en mi oído y hacen que sonría.

En las frías noches de invierno, me abrazabas fuertemente, me arropabas con tus alas negras para intentar darme calor y hacerme sentir segura, sin embargo, el efecto que producía era bien distinto, pues sentía dulces escalofríos recorriéndome enteramente y una agradable, incluso excitante, sensación de temor que inundaba mi alma.

Vivir una eterna noche contigo es simplemente hermoso, descubrir los misterios de la oscuridad, bailar sobre un lago de profundidades inimaginables...
Luego, dormir sobre tu pecho en una cama de madera de ébano preciosamente decorado con hiedra y flores de belladona; cubriendo nuestros cuerpos con sábanas tejidas por viudas negras; reposando la cabeza sobre almohadas de plumas de cuervo...

Todo es bello, es hermoso.
Tú eres aún más bello, aún más hermoso.

Sin embargo...

Echo de menos la luz del Sol, echo de menos sentir la calidez sobre mi piel, echo de menos vestir de blanco, echo de menos contemplar el nacimiento de una nueva primavera, echo de menos los amaneceres...

Esposo, te acepté a mi lado desde el momento en el que besaste mis ojos y me regalaste el don de ver la belleza allí donde otros no pueden verla, el don de vivir en una eterna fantasía, el don de ver aquello que está más allá.

Pero por favor, te suplico, te ruego que me dejes ver el Sol una vez más.

¿Podrás, querido mío, cumplir mi deseo algún día?

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