domingo, 15 de diciembre de 2013

Alas negras

Recuerdo haberme liberado del abrazo de la muerte, retirar de mis muñecas las oscuras y punzantes cadenas de hiedra que limitaban mis deseos de felicidad. Abrir mis ojos intentando encontrar un rayo de luz divino que me guiara en esta noche eterna.

Corrí velozmente, como si llevara alas en mis pies, de forma desesperada, casi sin dejar que mis talones rozaran el frío y húmedo suelo espinoso, cubierto por un sin fin de rosas ensangrentadas. En mi huida pude escuchar como los lobos lloraban ante mi abandono cual niño llora cuando le separan del pecho de su madre, pude escuchar el aleteo de los cuervos que se alzaban sobre el cielo y me perseguían sin cesar intentando vestir mi cuerpo desnudo con sus alas, un vestido hecho con plumas malditas.

Sin embargo, yo fui más rápida que ellos, volé con mayor velocidad que ellos, o al menos así lo creí.

Tras algunos minutos que parecieron  milenios, conseguí salir de aquel Jardín en eterno hastío y llegué a un lago de agua cristalina salpicado por un brillo blanco hermosísimo que cubría justo la parte central del mismo, como si se tratara de un precioso halo en el que reinaba todo lo puro e inocente.

El brillo de Dios que tanto había estado buscando. Mi guía. Mi protector. Por fin la paz.

Sumergí mi cuerpo en el lago esperando que mi alma fuera recogida por un ángel de enormes alas blancas, de mirada celestial y de un candor que sobrepasara los límites de la realidad más abstracta, sin embargo, nada de eso sucedió.

En su lugar, el agua se arremolinó en torno a mi cuerpo haciendo diversos y extraños dibujos, las aguas ennegrecieron como si el veneno del ajenjo hubiera sido derramado en ellas y, desde lo más profundo del lago, una figura se alzó por encima de las aguas hasta que quedó a mi altura.

Sus ojos eran rojos como el fuego del mismísimo infierno; su piel pálida, casi como una burla al color puro de las alas de aquel ángel al que estaba buscando; su cabellos, al igual que sus ropajes, eran negros como una noche sin Luna; adornaba su bellísimo rostro una pícara y seductora sonrisa, irresistible. En su espalda, alas de plumas de cuervo, brillantes. Éstas rodearon y cubrieron mi cuerpo desnudo con tal delicadeza que hizo que toda mi existencia sintiera un dulce y placentero escalofrío, no pudiendo tan si quiera contener un pequeño suspiro de placer al notar aquel tacto tan tentador.

Este maravilloso ser hizo una reverencia ante mí y me ofreció su mano.

Yo estaba totalmente confundida, ¿a caso no se suponía que me había sumergido en aguas benditas, en luz de Dios?
Alcé mi mirada al cielo y descubrí que no había ninguna luz divina, solo la Luna, redonda y espléndida aquella noche, reflejando toda su falsa blancura en el lago.
Todo había sido un vil sueño, un espejismo creado por este príncipe de las sombras.

Este era mi ángel.

Mi destino es este. Ligada a la muerte hasta el fin de mis días. Es inútil luchar, es inútil buscar una luz que no existe en mi alma depravada. No puedo ser salvada.

Así pues, cerré mis ojos y acepté la mano del ángel oscuro. Ambos nos sumimos en un baile sobre aquellas aguas malditas que durará eternamente.

Mi corazón amará la oscuridad, la muerte, la maldad.

Mi corazón le amará a él.

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