Hace un tiempo temía la soledad, sentía absoluto pavor de caer por mi cuenta, mi cuerpo temblaba al pensar, aunque fuera por un solo segundo, abandonar a aquellos que me empujaban ayudándome en mi viaje, o que creía que me empujaban.
Hoy solo deseo correr, alejarme de ellos, si pudiera arrancar mi rama del árbol genealógico lo haría sin dudar un instante, plantaría mi propio árbol y crecería como yo deseara: con las ramas torcidas, desiguales y engalanadas de verdes hojas y flores de colores provocativos, evocadores de toda depravación.
La libertad en su máxima expresión.
Mi libertad.
Porque ahora sé que, aquellos a los que creía mis guías, aquellos que me empujaban no eran más que unos villanos que me pusieron un collar al cuello y llamaban mi atención con premios y falsos halagos como harían como cualquier perro.
Con lo que no contaban era que sus ojos les engañaban, y donde veían un perro, se hallaba un felino de fuerte rugido parar asustar, garras afiladas para despellejar, y cuerpo flexible para escapar de sus cadenas.
He me aquí.
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