Después de la Lluvia le vi, le miré, sin embargo él solo me
vio.
Mi alma lloró lágrimas dulces llenas de suave y dulce melancolía y en mi
corazón floreció un pequeño y salvaje brote de ajenjo.
Hui rápido del segundo castillo y alcé mi mirada al cielo azul, vi un
cuervo que se posó sobre uno de los muros del segundo castillo, me miró y
graznó una sola vez. Admiré al siniestro pájaro durante un par de segundos y
entonces me alejé, pero el divino ángel negro me siguió con sus ojos de sangre.
Vi un perro gordo al cual le costaba caminar, se balanceaba de lado a
lado cual barca rota y vieja en un profundo lago, y sacaba la lengua intentando
que algo de oxígeno entrara en sus dos bolsas de grasa a las que un experto
sobre animales hubiera llamado “pulmones”. A su lado caminaba un hombre.
En ese momento la frase: “Los perros se parecen a sus amos” se hizo
realidad.
Pasé entonces delante de un escaparate cuyos maniquíes mostraban su
desnudez. Se me antojó que en su mirada se podía percibir un sentimiento de
vergüenza ante las lascivas miradas de dos niñas gemelas que les señalaban y
reían con ingenuidad y un toque de maldad. Al ver a estas dos niñas recordé la
imagen de una película de horror. Luego en mi mente vi cómo estas dos gotas de
agua cristalina se volvían de color burdeos por el corte certero de un hacha
oxidada. “Una imagen desconcertante”, pensé yo.
Más tarde escuché las voces del verano detrás de mí, fue algo hermoso
que me hizo sentir mayor. Aquellas voces tenían la misma edad que la mía, sin
embargo, mientras que sus almas eran como amapolas florecientes, mi alma se
asemejaba a la de un capullo de flor desconocida que no florecería nunca.
Encontré después un gato negro subido en un tejado destartalado y de
tejas grises resquebrajadas. Estaba comiéndose un pájaro vivo.
Un hombre con mayas negras se cruzó en mi camino, yo le encontré
ridículo y él supo que yo le encontraba ridículo. Él bajó la mirada y se cambió
de acera. Entonces recordé una película de Woody Allen y jugué a inventarme una
vida para él:
“Este hombre se llama Marías y se casó con Rosa a la tierna edad de
veinticuatro años. Llevan dieciocho años casados y Marías se ha descuidado un
poco. Ha engordado, sus chistes ya no son graciosos, sus temas no son
interesantes y el fútbol le ha dejado idiota. Se siente ignorado por Rosa, la
cual ya se empieza a fijar en otros hombres, ahora encuentra mucho más
atractivo a Juan, el vecino del quinto, divorciado y sin hijos, un verdadero
bombón.
Marías se ha dado cuenta de las miradas lujuriosas de Rosa hacia Juan en
las juntas de vecinos y ha decidido cambiar. Perdería peso, la llevaría a cenar
fuera más a menudo, ya no la echaría un polvo rápido por las noches, la
volvería a hacer el amor.
Sin embargo Marías se rendirá a los seis días y le será mucho más cómodo
pagar treinta euros a una puta."
Este juego me divirtió, así que lo repetí con tres personas más.
“Vi a una mujer de color negro. Llega a España después de escapar de una
organización mafiosa especializada en el tráfico humano, por su extremada
belleza se convirtió en modelo, pero la fama se le subió demasiado pronto a la
cabeza y se enganchó al “crack”
“Vi a un abuelo-heavy de barbas blancas, gafas de Sol, camiseta de
calaveras llameantes y tatuajes de serpientes en los brazos. Va a recoger a sus
queridos nietos del colegio y más tarde les comprará un helado de fresa. Luego
les leerá un cuento antes de acostarles. Todo esto con una gran sonrisa en el
rostro.”
“Vi a un hombre mayor que llevaba una túnica negra. Era un clérigo que
abusó de los monaguillos de su parroquia y, tras quedar absuelto a ojos de
Dios, o eso pensaba o quería pensar él, dejó la iglesia."
Por último llegué a mi casa, me senté en la mesa de mi escritorio y ya
no vi nada más.
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