Oscuridad, frío, confusión.
Mi cuerpo desnudo tiembla con cada ráfaga de viento que baila entre mi
cabello de paja, con cada soplo de aire que se cuela entre los dedos de mis
manos y los dedos de mis pies.
Tiemblo.
Las copas de los árboles son altas, altísimas. No me dejan ver la luz
del día, no quieren que contemple el Sol. Vivo en una noche constante, sin Luna
y sin estrellas que iluminen mi camino, y sigue haciendo frío.
Las ramas de los árboles son puntiagudas y de madera astillada. Perforan
mi piel intentando llegar hasta lo más profundo de mi ser, intentan llegar
hasta mi alma.
Camino y camino por este bosque. El bosque es pequeño, pero yo solo sé
caminar en círculos, de este modo el pequeño pero oscuro bosque se vuelve
infinito.
Sé que hay luz a mi alrededor, sé que detrás del bosque hay un río de
agua cristalina, sé que hay árboles verdes cuyas hojas curarían mis heridas, sé
que hay seres maravillosos esperándome.
Pero hoy no puedo verlos, he de cambiar el rumbo de mis pasos. He de
girar la aguja de mi brújula rota, he de dar la vuelta a mi mapa desgastado.
¿Cómo? ¿Cómo haré eso?
Eso es lo que he de averiguar.
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